La batalla final por Temaca
A las hermanas, a los hermanos, a los hijos ausentes, pero presentes,
a las madres, a los padres, a las abuelas, a los abuelos, a los
jóvenes, a las mujeres, a los niños y niñas, a los árboles y flores de
la plaza, a las piedras, al Señor de la Peñita, a la iglesia, al aire y
el viento… a Temacapulín:
Con la mirada puesta en el horizonte –aquel que todos y todas
queremos–, ese horizonte de justicia, de libertad y de alegría, pienso y
siento a este pueblo, que hoy se reúne en su territorio para seguir
resistiendo, de pie, mirando con los ojos seguros, aunque cansados.
Hoy, como ayer, sentimos una profunda indignación, tristeza y rabia
contra los poderosos que tienen las armas del desprecio, el
autoritarismo, el dinero y las balas; aquellos que se dan el lujo,
impunemente, de violar la ley que ellos mismos han escrito y burlarse de
ella ignorándola.
Hoy, como ayer, tenemos los puños apretados dispuestos a seguir
luchando, hasta que nuestras fuerzas nos lo permitan a pesar de
sentirnos agotados.
Hoy, como ayer, nuestros corazones palpitan: ¡estamos vivos! Queremos
vencer a la muerte, al atropello, a la imposición, a pesar de sentirnos
presos de la sordera y ceguera de unos cuantos mercaderes de nuestras
tierras y nuestras vidas.
Hoy, como ayer, nuestros cuerpos respiran el aire fresco de nuestros
campos y huelen el eterno aroma de las flores, de los ríos, de la
dignidad de la gente de este pueblo. Nuestros ojos ven los hermosos
rayos del sol y el verde de nuestros campos, oímos el sonido de nuestros
ríos y la campana de la iglesia y el reír de nuestros niños y niñas,
sentimos el calor de nuestras manos que piden paz… aunque nuestros
sentidos se estén debilitando.
Hoy, como ayer y pensando en el mañana, hemos comprendido que nuestra lucha no fue, no es, ni será en vano.
Hemos aprendido que la unidad y la confianza mutua son las armas más
poderosas que nos han permitido sostener nuestra lucha y perder el
miedo.
Hemos vencido a la apatía, al silencio, al miedo, al olvido.
Estando juntos y juntas, hemos llorado, hemos reído, hemos marchado,
hemos cercado, hemos resistido, hemos recordado nuestro pasado, nuestra
memoria, la historia de nuestro pueblo y las hemos transmitido no sólo a
nuestros hijos, hijas, nietos y nietas, sino a la gente de muchas
partes del mundo.
Hemos recibido el apoyo, la solidaridad, el aprecio, el compromiso de
hermanos y hermanas que se han reunido acá, en este pueblo, en esta
plaza, muchas veces, y nos hemos sentido como hermanos y hermanas,
porque a todos y todas nos quieren condenar a un presente y a un futuro
sin esperanza y hemos logrado en esos encuentros reconstruir nuestra
alegría, nuestra esperanza, nuestros sueños, hemos vencido al olvido, al
silencio: ¡hemos tenido muchas victorias!
Hoy, los ladrones, mentirosos y traidores quieren inundar no sólo
nuestro pueblo, sino también nuestros sueños, nuestro porvenir, nos
quieren quitar, como en muchas partes de México y del mundo, nuestra voz
y nuestra capacidad de decidir por nosotras y nosotros mismos, la
construcción de nuestro presente y nuestro futuro.
Nos dicen que estamos contra un bien público que es el de dar agua a
otros pueblos, que nuestros hermanos y hermanas de otros lados se
morirán de sed si no se construye la presa. Todos esos argumentos que
usan son una mentira, nos quieren confrontar entre pueblos. La verad es
que nuestras aguas servirán sólo para seguir enriqueciendo las cuentas
bancarias de políticos y empresarios, seguirán engordando las fortunas
de ladrones y mentirosos a costa de nuestras tierras, de nuestras
esperanzas, de nuestra historia, de nuestras vidas.
Por eso, hoy es cuando no podemos dejar de luchar, no podemos romper
la unidad, la lucha, la organización, la movilización son nuestras
únicas armas para combatir hasta el final. Si morimos, que sea de pie,
para vivir por siempre. Hoy comienza nuestra batalla final, no habrá
otras, hemos resistido, hemos puesto un no a la muerte y no tenemos más
alternativa que seguir haciéndolo.
Unidad y dignidad son los instrumentos que nos permitirán seguir
luchando y dejar a nuestros hijos, a nuestras hijas, a nuestros nietos y
nietas, a los ojos del mundo que están puestos en Temaca, un horizonte
donde la alegría y la justicia se las construye día a día, semana a
semana, mes a mes, año tras año, como lo hemos venido haciendo, los
hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y ancianas, niños y niñas de este
hermoso y amado pueblo.
Por último, esta lucha de años nos ha enseñado que sólo podemos
confiar en nosotros y nosotras mismas, en nuestra propia fuerza, que los
partidos, los patrones y los caudillos, al final traicionan a su
pueblo. Nosotras y nosotros no podemos traicionarnos, no lo vamos a
hacer.
¡Temaca no se rinde! ¡Hasta la victoria siempre!
Oscar Olivera….hijo ausente, pero presente. Cochabamba- Bolivia