La gestión integral del agua: lecciones en la palma de la mano
Para el profesor Mooyoung Han, académico de la Universidad Nacional de Seúl, la solución a los problemas del agua a nivel mundial, se encuentra en la palma de la mano. En el marco del Seminario Internacional sobre Agua, Ciudad y Cambio Climático, organizado en Guadalajara por Conacyt, la Universidad de Guadalajara y el ITESO, los días 8 y 9 de septiembre pasados; este investigador coreano, quien es también uno de los directores de la Asociación Internacional del Agua (IWA por sus siglas en inglés), impartió la conferencia inaugural, utilizando una ilustración didáctica, para exponer los criterios básicos de lo que significa una gestión integral del agua: modelo de sustentabilidad ecológica que se encuentra lejos de la forma en que se maneja el agua en México.
El primer paso que propone el profesor Han es mirarnos detenidamente la palma de la mano e identificar en ella las grandes líneas que la recorren de arriba abajo. Imaginemos que esos surcos de piel, impresos en la palma, son los ríos que abastecen de agua a la ciudad y al campo. Para Han, la dimensión fundamental por la que inicia una gestión integral del agua, es cuidar los ríos. Lo que significa garantizar la cantidad y la calidad del agua que lleva su caudal, estableciendo esto como la más alta prioridad de la política pública. De ahí que la extracción desmedida y la contaminación son los indicadores más elementales de una mala gestión, según lo señalan las mejores prácticas internacionales. Si los ríos no se cuidan adecuadamente, no es posible hablar de una administración integral del agua.
En México, antes que pensar en los ríos, se piensa en la gran infraestructura hidráulica (que por cierto, es uno de los mejores negocios que se pueden ofrecer desde el ámbito público): se enfatiza en las tuberías, los contenedores, las llaves, las bombas y los drenajes, que distribuyen y extraen el agua o que la expulsan cuando está contaminada. Un ejemplo claro de esto es que, hasta la fecha, no existe una ley nacional dedicada a proteger los caudales ecológicos, que es aquella cantidad variable de agua limpia que necesitan los ríos para seguir siendo ríos (nunca un río lleva la misma cantidad de agua, sino que responde al ritmo necesario de los ecosistemas, cuya dinámica natural la marcan las temporadas de lluvia y de estiaje; es un ritmo variable que sostiene la vida y que es necesario cuidar en su variabilidad).
En la propia Agenda del Agua 2030, propuesta como el futuro plan estratégico de la Conagua y la Semarnat, para el manejo del agua en el país, se reconoce que actualmente parte del agua que debería ser destinada al gasto de los caudales ecológicos (aproximadamente un 6.3% del agua disponible de forma sustentable) se la están llevando los usos agrícola, urbano e industrial, quedando los ríos en último lugar de prioridad. A esto se agrega la grave contaminación: de los 630 mil kilómetros de longitud que sumarían todos los ríos y arroyos de México, no existe un tramo que no presente algún grado de contaminación. Si bien la Agenda pretende comenzar a cuidar mejor los ríos en el futuro, tal parece que el énfasis seguirá estando en abastecer primero los otros usos, antes que a los ríos. Mal comienzo, según las lecciones del profesor coreano. Pero sigamos.
El segundo paso de la propuesta de Mooyoung Han, es que ahora extendamos la mano hacia delante y nos demos cuenta que las líneas de la palma, esos ríos imaginarios, están dibujados en una geografía de carne: existen áreas más carnosas que otras, zonas más profundas o más elevadas por donde pasan los surcos de piel. Pensemos que, desde la palma de la mano, estamos viendo las montañas, los valles y las cuencas; lo que genera la dinámica de las corrientes que corren de arriba a abajo y que forman las lagunas, los lagos, los humedales y los arroyos. Y encima de esta geografía se encuentran las ciudades, las actividades industriales y las actividades agrícolas. El segundo orden de prioridad es fijarnos en todo ese contexto. Se trata ahora de planear la mejor forma de manejar los diferentes usos del agua para localizar cómo se pueden resolver, de fondo, los problemas de cantidad y calidad.
Cuando los ciudadanos comunes pensamos en la mejor forma de resolver los problemas del agua, nos inundan una serie de recetas domésticas, que las propias autoridades del agua nos han enseñado y que creemos que bastarán para garantizar el agua del futuro: cerrar bien la llave, suprimir las fugas en los domicilios, no lavar los coches con mangueras, comprar dispositivos ahorradores o poner un balde para recolectar el agua fría que sale de la regadera, antes de un baño caliente. Si bien estas son acciones necesarias, pocas veces pensamos que las soluciones de fondo están en sostener los bosques, en que contaminar un río aguas arriba, afecta a quienes viven aguas abajo y por lo tanto en exigir la limpieza de los ríos, los arroyos, los lagos y las cuencas. Y tan importante como lo anterior: pocas veces ponemos dedicación a entender cómo se consume el agua para que se puedan afrontar realmente los problemas.
El gran consumidor del agua en México es el sector agrícola, que se lleva el 80% del agua disponible; sus problemas principales son los deficientes sistemas de riego, las prácticas agrícolas insustentables y la contaminación por agroquímicos que se genera en este uso. Por decirlo de algún modo: si se atacan los problemas del agua agrícola, con estrategias ecológicamente sustentables, se estaría resolviendo el 80% de los problemas del agua en el país. Por su parte, los usos urbanos e industriales representan el 15% y el 4.5% del consumo nacional respectivamente. Resolver los problemas del agua urbana está en línea directa con planificar el crecimiento de las ciudades; así como con la necesidad de instalar un sistema de tarifas justas, que comiencen por garantizar una potabilidad tal, que el agua de la llave pueda utilizarse para consumo humano (liberando a los ciudadanos del gran negocio que representa la venta de agua embotellada, por parte de empresas privadas), incluyendo la aplicación de políticas de tratamiento y reuso del agua tratada, que es un aspecto con un pobre avance, ya que en el país sólo se trata un 3% del agua urbana y el resto se va contaminada a los ríos. De su lado, el agua industrial representa el uso menor, pero es el uso más contaminante; dirigir una política firme que obligue a la industria a tratar sus aguas resolvería un alto porcentaje de los problemas de contaminación más agudos que existen en el país, ya que es la industria la que más descarga compuestos químicos y metales pesados. Esto es lo que nos hace reflexionar la sencilla acción de extender la palma de la mano hacia el frente.
Finalmente, la carnosidad de la mano tiene una profundidad que arropa músculos, tendones y huesos; no los vemos pero están ahí. Ese es el tercer paso propuesto por el profesor Han: no olvidar el subsuelo, ahí hay agua, reservada en las cuencas subterráneas y generalmente es agua de lluvia captada de forma natural. Una gestión integral del agua busca cuidar y aprovechar el agua del subsuelo y de la lluvia. En Corea, señala Han, hay experiencias concretas de lo que se llama ciudades de lluvia, urbes que han integrado el subsuelo y el agua del cielo, es decir, al ciclo hidrológico entero. En México no sólo no se recargan los acuíferos, sino que la gran mayoría se encuentran sobreexplotados y a la captación urbana y doméstica del agua de lluvia se le interpreta como una opción absurda (en un país en que, durante las temporadas de lluvia, cae agua suficiente para inundar y generar desastres en sus principales ciudades). El ciclo hidrológico se encuentra desdibujado de la gestión del agua en México y la mejor prueba de ello es que el ciclo no es una categoría considerada dentro de la Ley de Aguas Nacionales. La incorporación del agua de lluvia y de la recarga de las cuencas subterráneas cierra las enseñanzas sobre la gestión integral del agua que hay en la palma de la mano.
Una cosa más: al terminar su conferencia, la última imagen mostrada por Mooyoung Han, fue la mano de un bebé que tomaba fuertemente y con necesidad la mano de alguien, de un adulto, al que le confiaba su futuro.
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