Mariola Olcina Alvarado, Periodistas en Acción.
“El río ya murió, y mucha vida tenía. La gente lo mató, y la muerte no sabía. Descanse en paz”. Es una de las consignas escrita en una sábana blanca que llevaba una mujer durante una de tantas manifestaciones de los habitantes de El Salto, Juanacatlán, Puente Grande y otras localidades de Jalisco, para denunciar el problema de polución del río Santiago, que se arrastra desde hace varias décadas.
El río Santiago, también llamado río Grande, es el segundo más largo de México y uno de los más importantes de la zona. Recorre los estados de Jalisco y Nayarit, atravesando varios municipios, como El Salto, un pueblo de apenas un centenar de habitantes que se fundó en sus orillas más inmediatas. En esta localidad, su desarrollo siempre ha tenido un vínculo íntimo con el río: la gente se bañaba, sacaba agua para regar, pescaban, bebían…
Pero todo esto cambió con la destrucción ambiental de este río. Desde que en 1896 se iniciara la construcción de la fábrica de hilados y tejidos de algodón de origen inglés –Compañía Industrial Manufacturera, S.A.– y se constituyera como la base de la economía en El Salto, ha sido imparable la llegada de otras empresas para aprovechar el caudal del río. Más tarde, en 1893, la compañía hidroeléctrica de México también vio rentabilidad en utilizar la cascada de agua de unos veinte metros de altura –el Niágara mexicano, según sus habitantes– para construir la primera hidroeléctrica del país, que sirvió para abastecer de energía a la industria y a los crecientes núcleos urbanos. A partir de 1967, otras compañías se fueron asentando en la región como IBM, Hitachi, entre otras, para acabar erigiendo un parque industrial a una distancia cercana al pueblo [1].
Las cascadas no son blancas
A partir de esta evolución, “en el municipio de El Salto se viven una serie de injusticias ambientales por el mal manejo de las políticas públicas por parte de las instancias de competencia gubernamental, por los empresarios de interés individual, y por la inconsciencia de sus habitantes”, sentencia la agrupación Un Salto de Vida A.C. Según los estudios facilitados por este grupo, se detectaron en el agua una gran cantidad de sólidos disueltos, grasas y aceites, así como la presencia de metales pesados tan nocivos como plomo, zinc, mercurio o arsénico. A su vez, se registraron altos niveles de amoniaco y fosfatos que han provocado hiperfertilización del medio, además de altas tasas de coliformes de origen fecal de gran potencia patógena, y por ello muy peligrosos para la salud humana. En algunos puntos, la concentración rebasa 10.000 veces lo permitido para la vida acuática y hace que el agua del río no sea apta para el regadío.
Sin embargo, se sigue utilizando para estos fines, de manera que la contaminación se extiende al agua de los pozos, al aire, a los alimentos y a la propia población debido a las descargas ilegales tanto de residuos agrícolas como del parque industrial –formado actualmente por más de 150 industrias–, el drenaje de cinco de los principales municipios de la zona conurbana de Guadalajara y la cercanía al basurero de Los Laureles. Así pues, los altos niveles de contaminación provocan enfermedades tales como: infecciones en la piel, mal funcionamiento de diferentes órganos (riñones, pulmones, hígado), cáncer desde edades muy tempranas, sin dejar de mencionar la transformación de la vida en la ribera del río que ha provocado una alteración de la cadena trófica dando origen a importantes plagas de insectos transmisores de más enfermedades.
A partir de las reuniones públicas que la agrupación realizó en el pueblo, se han hecho diferentes denuncias y gestiones a las instancias municipales, estatales, federales e internacionales, que se consideraban responsables de dar una respuesta y solución al pueblo sobre este problema [1]. En la misma línea han actuado el Comité de Defensa Ambiental o la Alianza Mundial de Derecho Ambiental, que han pedido declarar las localidades como zona de emergencia. Exigencia a la que se ha sumado la Comisión de Derechos Humanos en 2008 y 2009, con la emisión de un informe especial en el que pone de relieve el grave atentado a los derechos humanos a través de la degradación del entorno.
Mientras tanto, las autoridades no reconocen ni los múltiples casos de cáncer de la población asociados al contacto directo con las sustancias tóxicas del río, porque “los niveles de contaminación están dentro de la norma”, dicen [2].
Desde los movimientos sociales entienden que “la organización de la comunidad es la base fundamental para crear soluciones al problema”. Un salto de Vida A.C, ha desarrollado alianzas con organizaciones internacionales, ha favorecido la participación en redes solidarias de afectados ambientales, tanto a nivel regional como nacional, y ha emprendido la elaboración de proyectos locales para concienciar a los habitantes de que deben ejercer presión a sus gobernantes. Así, la red social va creciendo hasta implicar a artistas como el grupo de rock Tragicomic-K o el cineasta Jorge Riggen, que dedicaron un blues al niño de ocho años que murió recientemente envenenado tras haber estado jugando cerca del río, y al que se le detectaron importantes cantidades de arsénico en su cuerpo.
Un río amigo
“Éramos pobres, pero vivíamos como las nutrias: pegados al río” recuerdan los y las pobladoras de este municipio, “había peces, ranas, cangrejos, chacales, tortugas y culebras; y en los cerros, conejos, ardillas, tacuaches, zorrillos, venados, pumas. Existían también árboles frutales, guayabos, mangos… y se sembraban nardos, lirios, gardenias, etc.”. Este es el recuerdo de los más ancianos, y esto es lo que desean desde la sociedad civil para ellos y las siguientes generaciones: “Esta es nuestra lucha de todos los días: la recuperación de nuestra identidad con el río y de nuestro territorio”.
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