La que perdió fue la democracia
El domingo pasado se celebraron elecciones para gobernador en el Estado de México (Edomex), Coahuila, Nayarit y elecciones de alcaldías en Hidalgo. El triunfo priísta es inobjetable y sin lugar a dudas, frente a sus contrincantes electorales resultó una victoria apabullante. A pesar de las acusaciones de prácticas de compra y coacción del voto, que de acuerdo a diferentes actores políticos el Instituto Electoral del Edomex favoreció al Partido Revolucionario Institucional (PRI) o incluso de las inundaciones en Ecapetec, el tricolor superó a su más cercano perseguidor por más de 40 puntos porcentuales (Alejandro Encinas) y con 50 puntos porcentuales de diferencia a Luis Felipe Bravo Mena, abanderado del Partido Acción Nacional (PAN).
El fin de semana pasado no sólo ganó Eruviel Ávila la gubernatura, también lo hizo Enrique Peña Nieto, que se consolidó como el más serio aspirante para ser presidente en el año 2012. Con o sin alianza entre el PAN y el partido del sol azteca, nunca estuvo en riesgo la elección para el PRI y más bien la distancia con sus adversarios se acrecentó a lo largo de la campaña. Resultó casi cómico que Encinas y Bravo Mena continuaran insistiendo que ganarían la elección (siguiendo los manuales del marketing político), sabiendo que estaban al borde de una contundente derrota.
En Nayarit el tricolor refrendó la gubernatura, y aunque en este caso la diferencia no fue tan grande (siete puntos porcentuales), el triunfo priísta será difícil de revertir a pesar de que el PAN interpuso recursos legales en contra de los resultados.
El caso de Coahuila resulta de particular importancia no porque el PRI ganó y repitió en la gubernatura de aquella entidad, sino porque es la primera vez en la historia reciente de México que hay una sucesión familiar en un cargo de esta naturaleza. Rubén Moreira, hermano del ex gobernador de Coahuila y ahora presidente nacional del PRI, Humberto Moreira, sucederá a su hermano como titular del Ejecutivo de la entidad.
El hecho resulta escandaloso por sí mismo, pero además se presta para hacer muchas conjeturas y suponer que el poder político de ese estado norteño está concentrado en una familia. En el caso de este estado la diferencia del PRI con su más cercano perseguidor fue de poco más de 22 puntos porcentuales (PAN) y el PRD simplemente fue borrado del escenario electoral con un porcentaje que no pasó el uno por ciento.
Otro de los grandes ganadores del 3 de julio fue Humberto Moreira, que no sólo se llevó tres gubernaturas, sino que dejó a su propio hermano como su sucesor en su estado natal, consolidando con ello el control político de su familia en aquella entidad. Tanto el PAN como el PRD perdieron en las tres elecciones estatales, pero hay que resaltar que en Edomex el PAN tuvo una votación raquítica y en Coahuila el PRD fue borrado del escenario, con lo cual podemos considerar que su derrota electoral es mayúscula.
Ahora bien, si seguimos analizando con mayor detalle los comicios que recién terminaron, hay varios tópicos que conviene recuperar. El primero es el alto nivel de abstención en el Edomex que llegó al 57 por ciento, es decir, sólo cuatro de cada diez electores mexiquenses se tomaron la molestia de ir a su casilla electoral y depositar su sufragio.
Aunque es muy difícil saber las razones por las cuales la gente no asiste a votar, lo que sí podemos afirmar como una certeza, es que para seis de cada diez habitantes del Edomex con credencial de elector, fueron más importantes otras cosas que ir a depositar una boleta en la urna electoral.
Si ponderamos el triunfo de Eruviel Ávila con esta perspectiva, en realidad votaron por él un 60 por ciento del 40 por ciento, es decir, en realidad ganó con el 24 por ciento de los posibles electores. Dicho de otra forma, sólo 24 de cada cien mexiquenses empadronados lo eligieron.
La abstención proporciona profundos matices a los resultados y un 60 por ciento de abstencionistas es una derrota para el PRI, el PAN y el PRD. Si a este dato le agregamos los reclamos de inequidad en la elección y de prácticas de compra y coacción del voto, lo que es un triunfo contundente, en realidad es una elección que no es tan convincente en materia de legitimidad política.
La pregunta de fondo en el proceso electoral no es quién ganó o quién perdió, situación que amerita un buen análisis sin duda, pero que es corta de miras e incompleta si sólo se queda en ese debate.
Lo que realmente nos tendría que preocupar y nos atañe a todas y todos, es si este ejercicio electoral ayuda y profundiza la democracia mexicana. Desde mi humilde opinión, creo que la respuesta es no.
Las razones son dos fundamentalmente, la primera es que en Edomex el primer lugar se lo llevó la abstención y porque fue una elección donde las prácticas inequitativas entre los contendientes estuvieron presentes, es decir, a menos de la mitad les interesó el proceso electoral y la legitimidad está en duda.
La segunda es porque por primera vez fuimos testigos de un traspaso de poder entre familiares en primer grado, es decir, se hizo legal la consolidación de un cacicazgo familiar. Ninguna de estas dos circunstancias abona a fortalecer la democracia, y más bien la siguen hundiendo en un tobogán de precariedad e ilegitimidad. ¿Hasta cuándo seremos capaces de rescatar a la golpeada democracia mexicana?
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