Nuestro consumo empuja el colonialismo medioambiental
Víctor Frago
En 1991, en la conferencia internacional que se desarrolló en París para preparar la cumbre de Río, dos científicos indios, Awaral y Narain, presentaron una ponencia que se titulaba: Cambio Climático, un caso de colonialismo medioambiental. Levantó ampollas.
Desde hace más de 20 años los científicos vienen advirtiendo que la temperatura de nuestro planeta está aumentando debido a las emisiones de dióxido de carbono causadas por la actividad industrial y el transporte, fundamentalmente. Su concentración atmosférica ha aumentado en un 32% desde la revolución industrial. Actualmente la media mundial es de 4,6 toneladas por habitante y año, pero desigualmente distribuidas entre los países desarrollados y el resto del mundo: Estados Unidos 20 toneladas por habitante y año, Alemania 12, Japón 10, España 8, China 3, India 1, Guatemala 0,6.
Según el panel intercontinental para el cambio climático (IPCC), organismo científico dependiente de Naciones Unidas, ningún habitante del planeta debería emitir más de 1,8 toneladas anuales de dióxido de carbono para evitar el cambio climático. Es evidente a quién le toca hacer el esfuerzo de reducción: a nosotr@s, ciudadan@s de los países ricos.
La gente que más va a sufrir las consecuencias de la alteración del clima es la que menos ha contribuido a provocarla. Una gran parte de la población, sobre todo la más pobre, sufrirá un empeoramiento de sus condiciones de vida: inundaciones, pérdida de fertilidad del suelo, propagación de enfermedades tropicales. El nivel del mar subirá lenta pero constantemente... y en el 2080 la mayoría de países del sudeste asiático, de Bangladesh hasta Vietnam, incluyendo Indonesia y Filipinas, y también los de África oriental y el Mediterráneo, los pequeños estados insulares del Caribe, del Océano Índico y del Pacífico corren riesgo de desaparecer. El aumento de temperatura junto con la alteración del régimen de lluvias y la salinización de acuíferos costeros por intrusión salina, harán que en muchas zonas escasee el agua disponible, tanto para beber como para riegos. Se estima que en el año 2080, unos 3.000 millones de personas sufrirán escasez de agua, especialmente en zonas ya con graves problemas de abastecimiento: norte de África, Oriente Medio y la India. Ello inducirá menor producción agrícola y se enfrentarán a nuevas hambrunas. También dará lugar a una extensión del campo de acción de insectos portadores de enfermedades como la falciparum malaria que afectará a 290 millones de personas más que hoy, la mayoría en China y Asia Central. A esto se le llama colonialismo ecológico de l@s ciudadan@s de los países ricos(nosotr@s) sobre l@s ciudadan@s de los países pobres. Antes nos apropiábamos de sus riquezas y su fuerza de trabajo. Ahora cada un@ de nosotr@s excedemos con creces nuestro derecho a emitir gases invernadero, y por lo tanto nos apropiamos del suyo y pisoteamos el derecho de los demás a desarrollarse, condenándoles no sólo al subdesarrollo sino a sufrir las consecuencias de nuestra contaminación y opulencia.
En el caso de España, el acuerdo entre países de la Unión Europea que siguió a la firma del protocolo de Kyoto permite a los españoles aumentar la emisión de gases de efecto invernadero hasta un 15% más de lo que emitíamos en 1990 dentro del período 2008-2012 siendo que deberíamos reducirla drásticamente. Aún así en 1999 ya emitíamos un 30% más que en 1990, y sigue la tendencia. Nadie puede disponer de aquellos bienes que no sean extensibles a todos los seres humanos, bien sea por justicia social o por límites ecológicos. Hemos visto que por límites ecológicos no es extensible nuestro modo de vida.
Pero estas grandes declaraciones nos las saltamos cuando se trata de renunciar voluntariamente al consumo que nuestro nivel económico nos permite. Y así, cuando Bush se niega a cumplir el protocolo de Kyoto, le ponemos a caldo, mientras viajamos cómodamente en nuestro coche o en un avión transatlántico. Es más fácil cargarle sólo la culpa al “sistema” que a cada un@ de nosotr@s, habitantes del mundo rico. Y es que, como decía Aranguren: De la mente del ser humano han salido bellas utopías sociales, pero son imposibles porque tendemos a pactar con nuestras debilidades.
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