Los altos niveles de contaminación en El Salto y su impacto en la vida de los saltenses fue uno de los temas del año. Activistas como Graciela González ayudaron a crear conciencia: El Salto es un espejo incómodo de una situación que salió de control.
Rubén Martín /Publico/29-12-08
El año que está por terminar será recordado por los tapatíos como el momento en que la grave crisis medioambiental que padecen El Salto, Juanacatlán, Puente Grande y otras comunidades dejó de ser un asunto lejano para pasar a formar parte de nuestra responsabilidad. La contaminación de allá nos concierne porque desde acá enviamos basura, desechos y caudales malolientes de drenaje sin tratar.
Lamentablemente tuvo que ocurrir la muerte del menor Miguel Ángel López Rocha, en febrero de 2008, para que los medios de la capital del estado diéramos la atención que desde hace tiempo se merece El Salto.
A su vez, la conciencia de que algo grave ocurre se debe al tesón de casi una docena de organizaciones que desde hace varios años se han dedicado a advertir sobre los peligros de la contaminación. Un Salto de Vida es una de estas agrupaciones. Graciela González Torres (El Salto, 1961) forma parte relevante de Un Salto de Vida.
Graciela González es saltense por los cuatro costados. Es de la primera generación de hijos nacidos en esa población. Su familia se mudó a Guadalajara; en esta ciudad hizo sus estudios básicos y profesionales. Es de la primera generación de biólogos egresados de la Universidad de Guadalajara. Regresó a El Salto para casarse con otro oriundo de a esa población (Enrique Encizo), con quien procreó cuatro hijos.
Hasta 1997 vivía en lo que llama un paraíso. “Yo vivía inicialmente en una casita que da frente a la barranca, frente al río, en la zona alta de la cabecera. Para mi esa casita era un paraíso […] porque tenía todo: mariposas, niebla, mangos, sol, frente al río; todo, estaba feliz”.
Entonces se mudó a la delegación de El Castillo para poner un negocio. Ahí empezó a ver que las cosas iban mal. El primer impacto fue ver la tierra chiclosa y apestosa durante la ampliación de la carretera a El Castillo. A este siguieron dos accidentes industriales. El impacto definitivo, cuenta, ocurrió al regresar a lo que consideraba su paraíso. Era junio de 2003 y en lugar de la paradisíaca casita en la barranca frente al río, se encontró con árboles talados y un sembradío de agaves. Al bajar al río lo encontró lleno de basura. Esa noche lloró y buscó reconciliarse con el ambiente contaminado.
Tras tomar un diplomado en medio ambiente, ingresó a la Dirección de Ecología del Ayuntamiento de El Salto (2004-2006). Poco pudo hacer debido a lo ritmos de la burocracia y al desconocimiento de la gravedad de la contaminación por parte de los gobernantes.
En 2005 nació Un Salto de Vida. Inicialmente era un “club de Toby” exclusivo para hombres, las mujeres “empezamos haciendo el quehacer”, relata. A partir de 2006 ella y otro grupo de mujeres participa en igualdad de circunstancias en esa agrupación. De ahí ahora las cosas se han acelerado para esta agrupación y miles de habitantes de El Salto.
En este 2008 Un Salto de Vida y varias agrupaciones lograron, con sus constantes acciones públicas y con dos movilizaciones a Guadalajara, instalar el tema de la gravedad de la contaminación que padecen como un asunto de la agenda pública local. Para Graciela González este ha sido un año “revolucionario” en lo interno. Sabe que su lucha no es solamente “por la vida, sino de por vida”, y asume que quizá no le toque conocer el resultado de su esfuerzo. Aún así, se dice satisfecha y contenta de encontrarse con más personas que forman parte del mismo esfuerzo.
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