Llegados a esto, creo conveniente ser claro: cuando hablo -o, para el caso, cuando escribo- no soy objetivo, y nadie lo es. Como cualquier ser humano, disfruto cuando aquello que pienso logra imponerse al resto de las posiciones. Digo: hay momentos en que no me interesa tanto que se diga la verdad en general, sino que se diga aquello que yo creo que es importante, y que es relativo. Eso no me hace olvidar que, obviamente, en la televisión tiene que haber un cierto equilibrio en lo que se dice.
Un caso contrario a lo que digo es la situación actual de la televisión italiana, que es la peor de las imaginables: un mismo hombre -Silvio Berlusconi- es dueño de la televisión privada y, ahora, también decide acerca de la televisión pública. Y no lo digo sólo por su cargo como autoridad de Italia, sino porque además de dueño de canales de televisión es titular de las mayores agencias de publicidad del país, como Publitalia, que por el volumen de segundos al aire y por las cuentas que manejan tiene una fortísima injerencia en la prensa gráfica y audiovisual. Si alguien ataca muy duramente a Berlusconi, la publicidad manejada por esas agencias desaparece. El mismo ha llegado a decirle a los industriales italianos, en público, que si hay figuras en la televisión italiana que resultan pesimistas y muestran los males del mundo, entonces no resulta conveniente publicitar en sus programas. No sólo tiene cargos que implican serios conflictos de interés, sino que dice públicamente esta clase de cosas. Para resumirlo: en la actualidad los medios italianos muestran una libertad aparente, pero lo cierto es que hemos llegado a un punto en el que nadie puede creer lo que aparece en la pantalla.
Hay muchas cosas de la televisión que no me gustan, en especial todas aquellas que tienen que ver con orientaciones ideológicas que no comparto. A esta altura, no espero que la televisión me diga todo, porque sé que eso no es posible. Creo que lo único que nos queda para mejorarla es consumirla con cuidado. Por ejemplo, yo veo sólo películas viejas, porque el resto de lo que se da no me interesa.
Existen formas de limitar el poder de la televisión. El medio ha hecho un largo recorrido, y por lo tanto resulta más difícil establecerle nuevas reglas, pero una de las posibles herramientas que le quedan al Estado es la de limitar la cantidad de horas que la televisión está en el aire.
La televisión es como el agua potable: es gratis, pero debe ser controlada para determinar si está en condiciones de potabilidad que la hacen factible de ser consumida. Tiene que haber algún tipo de control, y uno de los recursos para disminuir la cantidad de idioteces que se ponen en pantalla es que haya menos horas de pantalla. De lo contrario, por estar todo el tiempo al aire se termina por poner cualquier cosa, no hay selección del material y se llena con lo que se tiene a mano.
8.12.08
La televisión es como el agua potable: debe ser controlada para determinar si está en condiciones de potabilidad
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En cierto sentido, lo que se ve en televisión es, siempre, una mentira. Es un órgano de información, pero desde un punto de vista práctico resulta imposible que abarque la totalidad de lo que sucede -es decir, todos los ángulos posibles y temáticos-. En la televisión hay, siempre, una interpretación.
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