JORGE ROCHA
El Salto y Juanacatlán, evidencia de la crisis del modelo
La situación de los municipios de El Salto, Juanacatlán, y de las poblaciones de Puente Grande y Tololotlán, muestran de nueva cuenta la inviabilidad del modelo de desarrollo que hemos construido a lo largo de estos años y que se traduce en múltiples violaciones a los derechos humanos, tanto en intensidad como en el número de personas que las sufren. Los derechos que por lo pronto no están siendo cumplidos son: a la salud, a un medio ambiente sano y a una vivienda digna.
Los elementos que surgen a la luz a partir del resurgimiento de esta crisis ambiental y social; y que demuestran la vulnerabilidad social en la que estamos inmersos son:
a) Estamos en una sociedad de consumo, que se entiende y se ve a sí misma, como una comunidad que para desarrollarse necesita altos niveles de producción y consumo. No de las cosas que se necesitan, sino de las que se venden en el mercado. Esta vorágine del consumo tiene como uno de sus efectos más nocivos la generación de residuos y desperdicios, tanto en los procesos de producción, como en los desechos finales del ciclo que culminan con la generación de basura. En El Salto y Juanacatlán podemos ver los efectos de la contaminación por las dos vías. Las descargas que se hacen al río Santiago fruto de los procesos de producción y la recepción de los desechos de la dinámica de consumo que tenemos buena parte de los que habitamos en la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG). Esta parte de la crisis, como decía un entrañable amigo en una plática, fue construyéndose a lo largo de 30 años. Para resolverlo necesitaremos bastante tiempo, quizá el mismo que se necesitó para lograr este desastre. Esta situación pone en “jaque” parte de nuestra vida cotidiana: nuestras dinámicas de consumo, nuestra forma de producir y el manejo de los residuos y desechos. La solución implica cambios de fondo que van más allá de la cuestión política, necesariamente requiere de transformaciones en la economía y la cultura.
b) La situación de crisis de El Salto, Juanacatlán, Puente Grande y Tololotlán son un ejemplo fehaciente de la falta de planeación del crecimiento de una urbe, que experimenta una dinámica concentradora del capital; y por lo tanto de una concentración de todos los factores y recursos en su territorio. El metabolismo de la capital de Jalisco y su lógica de desarrollo requiere de una enorme cantidad de recursos, que al crecer demanda más y más insumos, y genera más y más desechos, en un círculo vicioso que es muy difícil de romper, pero que va mostrando sus peores efectos. Tomando el ejemplo de la población, la dinámica concentradora es admirable, la ZMG tiene aproximadamente 4.5 millones de habitantes, mientras que tenemos municipios como Techaluta de 3 mil habitantes, o Amacueca de 5 mil pobladores, ambos ubicados en el sur de Jalisco y con serios problemas de migración y con un nivel de desarrollo precario. Mientras se siga apostando a un desarrollo concentrado en un solo territorio, se crearán estos grandes moluscos que requieren cada vez mayores cantidades de recursos y de sitios donde puedan desechar su basura. Evidentemente esta lógica de desarrollo provoca que tengamos territorios de primera y segunda clase; y que los intereses de unos se subordinen a la necesidad de los otros. En este caso las necesidades de las poblaciones de los municipios mencionados, por la vía de los hechos se subordinan a las demandas de la gran metrópoli. Tenemos entonces ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.
c) La impunidad y la inadecuada forma de resolver los conflictos se pone en evidencia en la crisis de El Salto, Juanacatlán, Puente Grande y Tololo- tlán. Hace una semana estuvimos al borde de un enfrentamiento entre pobladores, pepenadores, trabajadores del vertedero de Los Laureles y diversos cuerpos policiacos. Los que estuvieron presentes contaban que todo estaba dispuesto para un escenario con estas características. Ante el conflicto nos han enseñado a responder con violencia, sobre todo el Estado que parece que prefiere actuar de esta forma en lugar de impulsar el diálogo con todas las partes, generar acuerdos que satisfagan las necesidades de todos los implicados y cumplir con lo que se haya resuelto. La lógica que prevalece es la simulación, el engaño, la cooptación y la negociación en lo “oscurito”. Esta dinámica, presente a lo largo de buena parte de los conflictos sociales en México, va acompañada de una impunidad sistemática. En este lugar en crisis han pasado muchas cosas: enfermedad, muerte, caos, violación de derechos humanos. No hay culpables. Ni un solo culpable. Aparecen nuevos datos, nuevas situaciones, los problemas se agudizan, crecen los señalamientos y sencillamente no pasa nada, absolutamente nada. Todos los implicados siguen en sus puestos o haciendo sus negocios, ante la mirada complaciente de quienes deberían hacer justicia.
d) Finalmente nos pudimos percatar de que el poder político está subordinado al poder económico. Se escribió durante esta semana en la prensa escrita, que Caabsa-Eagle financió campañas políticas, entre ellas la de Alfonso Petersen, actual presidente del municipio de Guadalajara y quien salió a defender a dicha empresa. Por esta razón, se dice, la clase política es tan condescendiente con Caabsa-Eagle. Dejando de lado estos comentarios, el pasado viernes pudimos ver que las fuerzas de seguridad pública no defendían ni a los pobladores, ni a los trabajadores. Estaban defendiendo a Caabsa-Eagle y sus intereses. Ni más, ni menos. Cuando murió el menor Miguel Angel López Rocha, nada pasó con las empresas que vierten indebidamente sus desechos en el río Santiago; cuando se inundaron los fraccionamientos de La Azucena y Jardines del Castillo, nada ha pasado con la constructora Grupo Desarrollador Inmobiliario Mexicano; ahora con el vertedero de los Laureles, no sólo no le pasó nada a Caabsa-Eagle, sino que la salieron a defender. ¿Sabrá la clase política que aunque las empresas les financian parte de sus campañas son los ciudadanos los que los llevan al poder?
La crisis de El Salto, Juanacatlán, Puente Grande y Tololotlán muestra una vez más que el modelo de desarrollo consumista, concentrador, que necesita de impunidad sistemática y que subordina la política al capital, tiene efectos sociales y ambientales desastrosos. El ejemplo está claro, el cuestionamiento es si queremos seguir transitando ese camino.
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