MARIO EDGAR LÓPEZ RAMÍREZ
El IPCC y la información científica sobre el cambio climático
foto) Malecon del Lago de Chapala, Jalisco, Mex.
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) es el grupo de expertos internacionales de alto nivel, encargado de evaluar la información especializada, que publican diferentes equipos de científicos alrededor del mundo acerca del calentamiento global. Creado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el IPCC se ha transformado en la voz científica oficial que analiza, difunde y prospecta los escenarios de futuro que le esperan a la Tierra ante las transformaciones del clima. Y hasta la fecha, dichos escenarios no han sido halagadores. En cuatro ocasiones el IPCC ha generado informes de evaluación sobre la literatura científica, que incluye datos, investigaciones y mediciones, recogidas desde distintas regiones del planeta, los cuales van advirtiendo la profundidad del impacto que ha adquirido la crisis ambiental.
Los informes del IPCC han transitado por diversos momentos de debate y presiones políticas. El primer informe fue presentado a la comunidad internacional en 1990. Las conclusiones en aquella ocasión fueron básicamente dos: se advertía, según las observaciones científicas realizadas, que la superficie de la Tierra se estaba calentando y, por otra parte, se señalaba que las concentraciones de gases de efecto invernadero seguían aumentando como resultado de las actividades humanas. Sin embargo, este informe no se atrevió a señalar con claridad a la actividad económica humana como el principal factor que había provocado este cambio en el clima, ya que eso implicaba situar la mayor responsabilidad del impacto sobre los hombros de los países desarrollados y de las compañías trasnacionales, que han basado gran parte de sus ganancias en la transferencia de los costos por contaminación a zonas y países pobres (la resistencia venía, principalmente, de compañías como las tabacaleras y de la industria del petróleo; con toda la gigantesca cadena de negocios de transporte, agroquímicos, plásticos y generación de energía que ésta sostiene y que son las claves del crecimiento económico capitalista).
La oposición a aceptar la evidencia científica presentada por el IPCC como prueba de la responsabilidad humana era muy fuerte en el contexto de su primer informe, al grado que en 1991 el economista en jefe y presidente del Banco Mundial Lawrence Summers declaraba: “El riesgo de un Apocalipsis debido a un calentamiento global o a toda otra causa es inexistente. La idea de que el mundo corre hacia su perdición es profundamente falsa. También es un profundo error pensar que deberíamos imponer límites al crecimiento debido a los límites naturales; es además una idea cuyo costo social sería asombroso si alguna vez se llegase a aplicar”, y en 1992, en declaraciones al periódico The Economist, Summers era aún más enfático: “El argumento según el cual nuestras obligaciones morales respecto de las generaciones futuras exige un tratamiento especial de las inversiones medioambientales es estúpido”. La retórica de los detractores de la información del IPCC, como Lawrence Summers, se basaba en la idea de que, en todo caso, el calentamiento global era un suceso de la naturaleza y no del hombre. Así, la influencia de las actividades humanas quedaba oculta en las supuestas variaciones naturales del clima.
El IPCC presentó su segundo y tercer informe en 1995 y 2001, respectivamente. En el segundo informe concluyó que “el balance de las pruebas sugiere que existe una influencia humana perceptible en el clima mundial”. Esta declaración era un claro llamado a tomar acciones urgentes de mitigación y de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, y perfilaba que la responsabilidad del calentamiento global la tenía –y la tiene– la actividad humana y no la naturaleza. Dicha perspectiva científica fue clave para el establecimiento del llamado Protocolo de Kyoto en 1997, en el que la mayor parte de los Estados del mundo pactaron una serie de políticas de reducción de emisiones; las cuales, sin embargo, no se han llevado a cabo de manera efectiva hasta la fecha (con el agravante, además, de que Estados Unidos, país responsable del 25% de las emisiones a nivel mundial, sigue sin firmar el protocolo). Por su parte, el tercer informe del IPCC reveló con mesura, resultado también de las presiones de los poderosos actores globales, dos evidencias clave: 1) “gran parte del calentamiento observado durante los últimos 50 años se ha producido probablemente por un aumento de concentraciones de gases de efecto invernadero debido a la actividad humana”; y 2) “existe un alto nivel de confianza en que los recientes cambios en las temperaturas han ocasionado impactos discernibles en muchos sistemas biológicos y físicos”.
No obstante lo anterior, la aceptación de la responsabilidad humana como la causante directa del calentamiento global (que, como ya se ha dicho, significa, aceptar la culpa que tiene el propio sistema capitalista mundial), tuvo que esperar hasta el año 2006, cuando, de un día para otro, y producto de negociaciones internas entre las elites mundiales (más que de la evidencia científica generada), el economista Nicholas Stern, ex jefe económico del Banco Mundial y consejero del gobierno del ex primer ministro británico Tony Blair, anunció, en su llamado Informe Stern, que el cambio climático era una realidad irreversible. Pero junto con este tardío y manipulado anuncio, Stern propuso además una serie de políticas de adaptación –que no de mitigación– para “enfrentar” el cambio climático. Las políticas esgrimidas en el Informe Stern representan hasta hoy el “As bajo la manga” para que los negocios internacionales no sufran pérdidas, ya que propone soluciones como la instalación de mercados de gases de efecto invernadero (que significa que los países desarrollados seguirán emitiendo, mientras que los países periféricos venderán sus bosques como captadores de emisiones) o inversiones en nuevas tecnologías limpias (que en realidad representan nuevas oportunidades de mercado para las mismas empresas que hoy contaminan), en un entorno de supuesto libre comercio. Añadido a esto, con el Informe Stern, ha comenzado a aparecer una serie de negocios paralelos que tienen que ver con la construcción de urbanizaciones verdes medianamente ecológicas y pretendidas ciudades sustentables, incluidas nuevas ciudades flotantes del futuro, como adaptación al incremento en el nivel del mar.
El Informe Stern es muestra de la estrategia que pretenden seguir los poderosos actores globales, los cuales buscan sustituir la necesaria mitigación de emisiones, por políticas de adaptación al cambio climático. Actualmente el IPCC está siendo presionado para apoyar este énfasis en la adaptación. ¿Qué significa esto? Implica aceptar la devastación. En el cuarto informe del IPCC, elaborado el año pasado –y ya con el aval del Informe Stern– se establecieron cuatro conclusiones científicas oficiales: 1) el calentamiento del sistema climático mundial es inequívoco; 2) el aumento de los gases de efecto invernadero ha registrado un incremento desde el año 1750 y está ligado a la industrialización de las sociedades humanas; 3) el calentamiento global significará un aumento en la temperatura del planeta de entre 1.1 a 6.4 grados centígrados y un incremento en el nivel del mar de 18 a 59 centímetros; y 4) el calentamiento provocado por el hombre está teniendo una influencia discernible sobre muchos de los sistemas físicos y biológicos. Estas cuatro conclusiones tienen su traducción práctica en lo que los propios científicos del IPCC llaman los patrones consistentes que ya trae y traerá el cambio climático: pérdida de hielos de Groenlandia y la Antártida; decrecimiento de los glaciares y la cubierta nevada; decrecimiento del hielo en el océano Artico; decrecimeinto de los suelos helados estacionalmente; desplazamiento de las tormentas hacia los polos; sequías más prolongadas e intensas; incremento en la frecuencia de precipitaciones intensas; incremento en las temperaturas extremas e incremento en la intensidad de los ciclones tropicales. A esto, nos están pidiendo las potencias hegemónicas y las grandes compañías contaminantes que nos adaptemos irreversiblemente. La diferencia es que hoy todo este devastador panorama de futuro, generado por el hombre, está ya científicamente comprobado. Tal parece que hemos llegado al momento de la aceptación oficial de una catástrofe.
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