Pensemos en el trigo, el maíz o cualquier otro vegetal, como una suma de partículas que hacen un todo. Cada una de esas partículas se ha formado a partir de una señal, de una instrucción contenida en los genes de la semilla madre. Para que el funcionamiento final, para que la suma de esas partículas, sea perfecta, crezca, genere nuevos frutos y nuevas semillas, los genes contenidos en la semilla se interconectan y sincronizan entre ellos a la perfección. Llegar hasta ahí le ha costado a cada semilla siglos de evolución, de selección natural, de fallos y correcciones, y durante esos tiempos infinitos, los genes han coevolucionado juntos, hermanados. Al final así podemos resumir una semilla: el milagro de una evolución conjunta de un grupito de genes amigables que la naturaleza nos regala.
Ahora el ser humano con los transgénicos le introduce a las semillas un gen nuevo, de otro origen muy diferente, y será imposible una aceptación cordial, una aclimatación natural. La naturaleza lo sabe, son semillas que dejan de ser lo que en esencia son, futuro.
Pensemos en el planeta Tierra también como una suma de seres humanos y no humanos que hacen un ser vivo total, Gaia. Unos seres humanos evolucionando por sus derroteros, otros por los suyos, sin tener en cuenta sus conexiones con los otros seres humanos y no humanos, sin respetar ritmos diferentes e intereses distintos, es un cortocircuito que sabemos estallará.
Dos caras de la misma moneda que deberíamos reconocer y hacerle frente. Una primera medida, como se reclamará el sábado en Zaragoza, es la prohibición de los cultivos transgénicos como ya se ha hecho en varios países europeos. Las otras medidas dependerán de cada una de esas unidades racionales de Gaia.
Veterinarios Sin Fronteras
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