Votar, el trámite más inútil
Jueves, 8 Enero, 2009
Felipe Calderón Hinojosa llamó a los ciudadanos de México a identificar el trámite más inútil que existe en la burocracia federal. Un ciudadano enmascarado le respondió desde el sureste del país: votar en las elecciones presidenciales es el trámite más inútil.
El enmascarado es Marcos, subcomandante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). “Por cierto, el gobierno de Felipe Calderón lanzó recientemente una campaña mediática donde exhorta a la ciudadanía a señalar cuál es el trámite más inútil. Las zapatistas, los zapatistas, tenemos nuestra propuesta: las elecciones presidenciales son el trámite más inútil. Además de ser carísimas y de que todos tenemos que soportar las estupideces que dicen y repiten los candidatos, como quiera es en otro lugar donde se decide quién se sienta en la silla”.
Así lo dijo Marcos el pasado 3 de enero durante el Festival de la Digna Rabia.
La crítica de Marcos a la utilidad de votar es más que una postura política subversiva; el punto de vista mayoritario de la sociedad mexicana, como lo confirma una encuesta nacional de María de las Heras que encontró en diciembre que sólo 31 por ciento de los empadronados acudiría a votar. El deterioro y erosión de la legitimidad del sistema electoral y político es imparable. El desencanto no es únicamente con las elecciones presidenciales. La gente considera también un trámite inútil las elecciones para diputados federales, senadores, gobernador, presidentes municipales y diputados locales.
Cada vez son más personas que no ven ninguna relación entre acudir a votar cada tres años por un partido de cierta ideología o color y el mejoramiento de sus condiciones de vida. Al contrario. Independientemente del partido en el poder, las condiciones de vida se han vuelto más difíciles para la mayoría de la personas.
Hace 20 años se pensaba que bastaba con echar al PRI del poder, partido al que se acusaba de todos los males del país, para que las cosas cambiaran. La llegada del PAN y del PRD a los gobiernos ha demostrado que no es así.
Acudir a votar, y con ese acto individual dar legitimidad y validez jurídica a los responsables del aparato público, lo que hacen es convalidar políticas económicas y un rumbo del país que ha sido contrario para las personas que viven de su fuerza de trabajo.
Por eso votar es un trámite inútil. Votar es la pieza central del sistema político liberal. Sin la validación que obtienen en las urnas, la clase gobernante se quedaría desnuda como lo que es: un grupo social que busca la preservación de sus intereses y la reproducción de un sistema social basado en la acumulación de beneficios personales.
Hace 20 años fue fácil vender a la población la idea de que otras opciones políticas no eran válidas y de que votar era útil. Apoyando a un partido-candidato, acudiendo a las urnas y defendiendo ese voto del fraude y la manipulación, se podría poner en el poder a representantes populares auténticos, que velaran por los intereses de la mayoría.
20 años después de que la oposición ganó la primera gubernatura (el PAN en Baja California, gracias a una concertacesión con el PRI), queda en claro la inutilidad de esa opción política.
Y no es que la democracia no sirva o no sea una aspiración de una pluralidad de grupos sociales y sujetos de todo el país. El problema es que lo que se vende como democracia liberal es un acto procedimental que busca dotar de legitimidad a un sistema que hoy por hoy no es democrático.
Esta “democracia” restringe la participación del ciudadano a un acto cada tres años que consiste en depositar una papeleta en una urna y después la clase gobernante le da una patada en el trasero para hacer desde el gobierno cosas distintas a las que se prometieron en campaña.
Acudir a votar cada tres años no ayuda a detener las explotadoras cargas de trabajo que se están imponiendo, no ayuda a que quien depende de su fuerza de trabajo obtenga un salario decente, no ayuda a detener los despojos de tierras y recursos naturales de comunidades y pueblos, no ayuda a detener la crisis ambiental que padecen pueblos como El Salto y Juanacatlán, no ayuda a crear relaciones sociales de solidaridad y reciprocidad. Al contrario. Permite el cinismo de una clase gobernante, que protege a los dueños del dinero, y propicia la corrupción y la impunidad.
Por eso, ir a votar es un acto inútil.
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