30.6.09

Mayoría

En los años dorados, recientes aún, de “la dictadura perfecta”, las elecciones en México tenían una particularidad: que los nombres de los ganadores se conocían, no como ahora, dos o tres horas después del cierre de las casillas, sino varios meses antes de su apertura.
Cambian los tiempos. Ahora, cúmplanse o no en las inminentes elecciones las previsiones con respecto a los votos deliberadamente nulos (se habla de 5% de los sufragios emitidos, lo que duplicaría la media histórica) y las referentes a las cifras del abstencionismo (las esferas de cristal de los analistas coquetean entre 60% y 70% del padrón), ya se sabe, desde ahora, con absoluta certeza, cuál es el sentir de las mayorías con respecto a la supuesta “fiesta de la democracia”: o el desdén, que es indiferencia... o el franco desprecio, que pasa por la repugnancia.
—II—
Al margen de las diferencias de matiz, el voto nulo y el abstencionismo mondo y lirondo son hermanos carnales. El primero, que eventualmente sería la consecuencia de las campañas a favor de la anulación del sufragio, pretende dejar constancia del hartazgo del ciudadano con respecto a la escandalosa inmoralidad —desde la incompetencia para el desempeño de sus cargos hasta los ofensivos privilegios y prebendas que alevosamente se asignan sus miembros— de la clase gobernante. El segundo (“a buen entendedor...”) dice exactamente lo mismo, sólo que con el lenguaje del silencio, no por silencioso menos elocuente.
El Gobierno lo sabe muy bien. Él mismo, a través de la Secretaría de Gobernación, difundió hace poco una encuesta en la que resplandecen dos puntos. Uno: sólo 4% de la población confía en los partidos políticos, versus 96% que fluctúa entre la indiferencia y el recelo. Otro: sólo 10% de la población cree ingenuamente que los diputados legislan a favor de sus hipotéticos representados, versus 90% que sabe que las manos de los “representantes populares” —salvo honrosísimas excepciones— sólo se levantan en defensa de los intereses de los grupos enquistados en las altas esferas del poder (y no, como debiera ser, comprometidos con el servicio público).
—III—
Es una pena que, a un siglo de distancia, siga vigente la maldición, desde las páginas de “Los de Abajo” —una de las mejores novelas históricas de la Revolución Mexicana—, de Demetrio Macías: “¡Pueblo de tiranos, pueblo sin ideales: lástima de sangre...!”.

ENTRE VERAS Y BROMAS (Miércoles 1-VII-09).
JAIME GARCÍA ELÍAS

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