27.5.09

A 20 pasos de la inmundicia

Yolanda vive en el punto más próximo al río que arrastra sangre, aguas negras, desperdicios y causa daños en la salud.
Foto: Giorgio Viera

A 20 pasos de su casa está el río Santiago, un inmenso charco de agua negra represada por la Central Hidroeléctrica de Puente Grande, pero antes, a unos 15 pasos de la puerta de su humilde vivienda, cae todas las noches al río una descarga de sangre y aguas residuales provenientes de un rastro de puercos.

De los cientos de pobladores del barrio de Cantarranas afectados por la grave contaminación ambiental, Yolanda Urenda Maldonado es la más expuesta a los riesgos por la inmundicia, su hogar es el más próximo al foco de polución. Su vida ha estado siempre vinculada al río Santiago, para bien o para mal.

“Soy de El Salto de Juanacatlán, pero me trajeron aquí de dos meses de nacida, esta es mi tierra porque aquí me he criado. Antes el río estaba muy bonito, comí de él. Mi papá era pescador, sacaba pescados grandototes y los vendía.”

Ahora la única vida que sale del agua son las nubes de zancudos que todas las noches obliga a los habitantes a refugiarse en casa.

Hace 20 años Yolanda y su marido se establecieron en este punto del barrio, cuando todavía quedaba algo de vida en el río, aunque dice que ya se comenzaban a notar los estragos de la contaminación, coincidiendo con el auge del proceso desenfrenado de industrialización a lo largo de la región de El Salto.

Hoy vive en la casa con sus cinco hijos, pero la porquería del progreso industrial ya golpea la salud de la familia.

“La niña más chiquita siempre padece de la garganta, de calentura. Este día está enferma y lo hace cinco o seis veces al año. Mi esposo también se pone malo, le da la fiebre tifoidea, me imagino que por lo mismo de la contaminación. El doctor me dice que es por el río y eso, y yo le digo ¿qué hacemos? ¿Para adónde nos vamos si no tenemos con qué mudarnos?”

Yolanda descarta la idea de cambiarse a otro lugar por dos razones. Primero, porque la familia se mantiene de los 800 pesos semanales que gana su esposo trabajando en una granja agrícola. Segundo, porque “yo ya emigré, aquí están mis raíces y no quiero irme. No solamente yo soy la perjudicada, es todo el pueblo. Me gustaría más bien que las autoridades hicieran lo posible por arreglar y limpiar al río, pero no solamente sacar el carrizo, no, necesita una buena escarbada, y que las industrias y los rastros limpien” sus desechos.

Jesús Estrada

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