Tanto la ciencia como la tecnología han avanzado de una forma extraordinariamente rápida en las últimas décadas. Cosas impensadas hace 30 años son hoy moneda de uso corriente.
Hemos conseguido importantes progresos en las ciencias formales, como la lógica y la matemática, y especialmente en las naturales, Astronomía, Biología, Física, Química, Geología y Geografía. Al parecer, no hemos prestado la misma atención, u obtenido el mismo grado de avance en las Ciencias Sociales.
Sin embargo, pese a tantos adelantos científicos y tecnológicos, sigue habiendo algo que se interpone para que logremos ser una especie ambientalmente sustentable. Algo que no permite que abandonemos el camino de depredadores ambientales en el que nos introdujimos, especialmente desde la revolución industrial.
Hoy el conocimiento humano se duplica cada 5 años y en el año 2020 se piensa que esto ocurrirá en poco más de un mes.
Tenemos los conocimientos, hemos desarrollado las tecnologías, contamos con la disponibilidad necesaria de recursos económicos, también de recursos humanos. Pero… siempre hay un pero. Resulta que para que la especie humana revierta esa situación de constante degradación ambiental, uno de los principales impedimentos es que las grandes multinacionales deberían reducir considerablemente sus ganancias. Tan simple y tan complicado como eso. La contaminación industrial es hija dilecta de los márgenes de ganancia. Mientras menos dinero se invierte en reducir el impacto ambiental de la producción, mas se gana.
Los mercados dictaminan cruelmente el rumbo de las industrias. Si bajan las acciones, disminuye la inversión en tecnologías limpias y eso aumenta el daño ambiental; si suben las acciones, no se reduce el daño ambiental por caso de que vuelvan a bajar. Un cambio en la matriz energética planetaria, hacia una generación de energía mas personalizada, mas desconcentrada, parecería ser la solución en este tema. Se han obtenido grandes logros en Cuba, por ejemplo, con solo cambiar las grandes usinas generadoras de energía por una mayor cantidad de otras, mas pequeñas.
Una reforma agraria, retornando a la producción en pequeña escala, a la agricultura de los campesinos, daría trabajo y contención social a millones de familias, reduciría la carga poblacional de las ciudades, reduciría el impacto ambiental de la actividad, mejoraría la biodiversidad, reduciría gastos y la contaminación derivada del transporte y muchos otros beneficios.
Es realmente preocupante saber que, con las soluciones al alcance de la mano, nos seguimos hundiendo en las arenas movedizas del deterioro ambiental del planeta. Eso nos convierte en una especie autodestructiva. Una especie individualista y egoísta. Una especie que, a sabiendas de lo que hace, está hipotecando su futuro, poniendo en grave riesgo su supervivencia sobre el planeta, solo porque el mercado así lo dictamina. Afortunadamente hoy quienes estamos concientes de esto nos podemos contar por millones y, si la tendencia continúa no está lejos el día en el que tengamos la fuerza suficiente como para poder hacer primar nuestro objetivo de tener un mundo mejor, para todos.
Nos reencontramos la próxima semana, con una nueva entrega de esta publicación.
Ricardo Natalichio Director
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