15.3.10

El Lobby

MAURICIO FERRER

◗ Tarde

No ha habido respuesta, hasta hoy, por parte de las autoridades locales en torno a la recomendación 12/2010 que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió a la Comisión Nacional del Agua (CNA), en la que confirma que Miguel Ángel López Rocha falleció por una intoxicación de arsénico debido a la alta contaminación en el río Santiago, al que lamentablemente cayó hace dos años aunque el gobierno estatal haya querido manipular la realidad en ese entonces.

Y a ello, la recomendación del organismo defensor llega tarde: no se trata de dos años de la muerte de Miguel Ángel, sino de más de 30 años, desde que las fábricas comenzaron a quitarle la vida al Santiago, y al que fuera el lugar de encuentro de los habitantes de El Salto y Juanacatlán. Su pesca, su entretenimiento, su centro de vida, les fue despojado tal si fuera la cinta Avatar de James Cameron. El desarrollo, el modelo neoliberal, contaminaron a un río que en sus mejores tiempos, en el punto del puente que une ambos municipios, fue conocido como el Niágara Mexicano, por la belleza de su caída y las especies de peces que en él vivían. Hoy no respira vida en esas aguas aun cuando hay quienes aseguran que se echan un buche de las mismas. Puras palabras al viento hasta hoy, no hemos visto que aquel hombre haya hecho siquiera gárgaras del pestilente líquido del Santiago.

Ha llegado tardía también la recomendación. Tarde, porque en el transcurso de la muerte, a la sentencia que la CDNH ha lanzado a la CNA con una posible demanda a los funcionarios del organismo del vital líquido, ha pasado un secretario de Salud que en alguna ocasión, dijo que la presencia de metales pesados en los habitantes de la población, se podía deber a la alimentación por pescado y mariscos, como si los desnutridos niños de La Azucena, con los que jugaba Miguel Ángel, comieran a diario en el Pargo, o de perdida, en el Mercado del Mar de Zapopan. Como si en sus casas de no más de cuatro por cuatro, apilados con sus hermanos, los menores de la orilla del Santiago, se atragantaran con huachinango, con cocteles de camarón, aguachile, tostadas de ceviche tal si fuese canasta básica en sus hogares, cuyos padres trabajadores de Nestlé, IBM, Hershey’s –algunas de las principales empresas contaminantes del Santiago-, pudieran derrochar el dinero en dichas comilonas producto de sus raquíticos salarios que obtienen a través del outsourcing.

Por si fuera poco, el relevo del primero fue peor: al menos al primero su ignorancia lo hacía más bonachón. Pero el segundo, huyendo de una alcaldía para refugiarse de nueva cuenta en la Secretaría de Salud, dijo que no había problemas por la exposición al río, como resultado de un estudio que comparó a un grupo de habitantes de El Salto y otro que estaba requetelejos del río Santiago.

La de la CNDH es una recomendación que se aplaude a pesar de su tardanza. La Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco (CEDHJ) también celebró la misma y aprovechó para presumir la que había lanzado el año pasado. ¿Y de qué sirvió si al final no apretó tuercas para que las autoridades hicieran algo al respecto?

Todos tienen responsabilidad en la muerte de Miguel Ángel. En los casos de cáncer que aumentan en cada cuadra, en cada colonia de El Salto y Juanacatlán. En el pútrido olor de las aguas que se mete por la nariz hasta el tuétano desde que amanece.

La recomendación de la CNDH confirma lo que otros han querido evadir, lo que han querido negar, lo que han querido meter debajo de la alfombra como la basura cuando las visitas imprevistas llegan a casa.

Lamentable, a dos años, la verdad sigue siendo la misma. Nada nuevo. Miguel Ángel cayó al río. Cayó en coma. Murió por una intoxicación por arsénico. Nada nuevo.

Se tienen que resarcir los daños a la familia, dice la CNDH. Se presentará una demanda, asegura. Pide que se lleven a cabo las medidas de saneamiento. ¿Y luego? ¿Qué? Hoy, mañana, tal vez pasado, Secretaría General de Gobierno diga que las aguas estarán más limpias que un oasis en el desierto con sus megaplanes para tratar aguas residuales. El gobierno estatal estará empeñado en hacer las cosas a su manera sin tomar en cuenta organismos civiles de la zona, estudios de especialistas, porque nomás sus chicharrones truenan.

Miguel Ángel tuvo que morir para destapar la cloaca de corrupción e impunidad existentes en las políticas de tratamiento de aguas, no sólo en el Santiago, sino en gran parte del país.

Lástima, llegó tarde la recomendación que pudo haberle salvado la vida.

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