En menos de 30 años, la zona conurbada multiplicó su espacio por tres, arrastrada por la especulación y autoridades laxas
Dispersión citadina, la pesadilla que llegó
- 2009-11-23•El Tema
Si no se pone un alto al caos urbano, fuertemente marcado por la prevalencia de los intereses inmobiliarios especulativos, cuya naturaleza es de corto plazo, la zona conurbada de Guadalajara será, alrededor de 2030, un gigantesco amasijo de más de 100 mil hectáreas con vivienda dispersa y un pésimo nivel de vida.
No se trata de ciencia ficción, señala el urbanista Francisco Pérez Arellano, al presentar sus Notas sobre el crecimiento metropolitano de Guadalajara. Una ciudad dispersa obliga a cubrir enormes distancias para trabajar, acudir a la escuela o a la recreación; se deben enfrentar crecientes riesgos de accidentes naturales o inducidos, pues la mitad de la reserva urbana actual está en zonas inadecuadas para urbanización; la delincuencia prospera ante la incapacidad de cubrir el vasto espacio y el costo de los servicios se eleva ante la necesidad de infraestructura: cientos de kilómetros de calles, colectores, tuberías, red eléctrica y telefónica, sistemas de transporte.
Como consecuencia, se incrementan la temperatura y la contaminación ambiental, lo que repercute en la salud humana con enfermedades vasculares, con la llegada de epidemias antaño marginadas de climas templados —el dengue—, con estrés y padecimientos mentales, agrega el investigador de la UdeG Arturo Curiel Ballesteros. También se traduce en la devastación de espacios verdes y naturales. La amenaza es mayúscula para sitios como La Primavera, la sierra y el valle de Tesistán, la barranca del río Santiago y el lago de Chapala, lo que reduce servicios ambientales esenciales para la ciudad: agua en lluvia y en el subsuelo, aire renovado, regulación de temperatura y zonas de recreo.
La planeación de 1982 preveía para 2000 una ciudad de poco más de 27 mil hectáreas, pero se llegó con poco más de 45 mil. La dispersión y los intereses económicos habían impedido la entrada en vigor de planes que buscaban contener y regular el desarrollo, consolidar la zona urbana, ocupar espacios baldíos, preservar áreas verdes y naturales. Esto, sumado a la miopía —algunos lo llaman “corrupción”— de muchos ayuntamientos, que dan los permisos para urbanizar donde no se debe o puede, ha dejado ahora una ciudad de 62 mil ha con baja calidad de vida, y 52 mil ha más hacia donde crecer, de seguir la inercia. Si no se toman acciones para frenar el deterioro en el corto plazo, la pesadilla se cumplirá, como en los más pesimistas relatos de ciudades del futuro.
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