Cauce del Río Santiago cobra vidas en Juanacatlán
- Las madres de familia dicen percibir olores del río
Se presentan casos de niños cuya salud comienza a decaer
GUADALAJARA, JALISCO (13/NOV/2012).-
La primaria 457 de El Salto da la espalda al municipio de Juanacatlán,
pero antes, al Río Santiago, el encargado de dividir el territorio.
Ese cauce que ha cobrado vidas de fauna y población corre por detrás
del plantel, y hoy cobra también la salud de los escolares.
"Mi niña tiene alergias, desde que estamos aquí se me agravó de la garganta y la tuvieron que operar de las anginas. Y a veces le salen ronchitas", es el testimonio de Sonia Vicente Juárez, que desde residir en la zona ve decaer la salud de su hija menor, de ocho años.
Pero no es el único caso, entre las mamás, a la hora de recoger a los niños, se enteran de lo que pasa con los otros. "La gripa no se les quita, se les limpia unos días y regresa, pero no se quita. La maestra se enojó el otro día porque no llevé a la niña a la escuela en 15 días, no le podía para la gripa".
Y la estrategia del plantel para prevenir la merma en el estado físico de la comunidad estudiantil es... callar. "Cuando los niños se enferman los maestros no dicen nada, por lo mismo, entre nosotras nos enteramos de lo que traen los otros", le sigue Ángel Palma Arias.
Lo peor es que los niños no son los únicos afectados, las mismas madres y cuanto visita el límite de ambos pueblos percibe los olores del río, que en 2008 intoxicó de muerte a Miguel Ángel López Rocha, de ocho años, tras caer a sus aguas.
"Es un olor... a agua sucia, a drenaje, que se penetra en la nariz", que los vecinos de la zona no disocian del pequeño Miguel Ángel, ni de las alergias de los niños ni de los casos de cáncer entre los mayores.
Los aromas se arrancan con más fuerza en tiempos de calor, por lo que en esta temporada la molestia no es tanta para ellos. Pero no es regla. Quizá en una ardiente tarde de verano, el hedor inspiró a un habitante a inmortalizar en una barda la leyenda que se lee mientras se escucha el correr del Santiago: "Cuesta más respirar este aire de muerte, que el lacrimógeno".
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ
"Mi niña tiene alergias, desde que estamos aquí se me agravó de la garganta y la tuvieron que operar de las anginas. Y a veces le salen ronchitas", es el testimonio de Sonia Vicente Juárez, que desde residir en la zona ve decaer la salud de su hija menor, de ocho años.
Pero no es el único caso, entre las mamás, a la hora de recoger a los niños, se enteran de lo que pasa con los otros. "La gripa no se les quita, se les limpia unos días y regresa, pero no se quita. La maestra se enojó el otro día porque no llevé a la niña a la escuela en 15 días, no le podía para la gripa".
Y la estrategia del plantel para prevenir la merma en el estado físico de la comunidad estudiantil es... callar. "Cuando los niños se enferman los maestros no dicen nada, por lo mismo, entre nosotras nos enteramos de lo que traen los otros", le sigue Ángel Palma Arias.
Lo peor es que los niños no son los únicos afectados, las mismas madres y cuanto visita el límite de ambos pueblos percibe los olores del río, que en 2008 intoxicó de muerte a Miguel Ángel López Rocha, de ocho años, tras caer a sus aguas.
"Es un olor... a agua sucia, a drenaje, que se penetra en la nariz", que los vecinos de la zona no disocian del pequeño Miguel Ángel, ni de las alergias de los niños ni de los casos de cáncer entre los mayores.
Los aromas se arrancan con más fuerza en tiempos de calor, por lo que en esta temporada la molestia no es tanta para ellos. Pero no es regla. Quizá en una ardiente tarde de verano, el hedor inspiró a un habitante a inmortalizar en una barda la leyenda que se lee mientras se escucha el correr del Santiago: "Cuesta más respirar este aire de muerte, que el lacrimógeno".
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ
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