El país se cae a pedazos
Rubén Martín
- 2010-04-01•Acentos
El país se cae a pedazos. La sociedad mexicana atraviesa una crisis como pocas veces le había tocado a las actuales generaciones. Aquí algunas estampas del país que se nos deshace de las manos.
Violencia desatada, asociada al crimen organizado y a la absurda estrategia oficial de combatir únicamente con la fuerza pública éste fenómeno y la degradación social en zonas urbanas pobres del país que es donde se reclutan a jóvenes (sin educación y sin empleo decente) como sicarios y empleados de base de los cárteles de la droga.
Una creciente desigualdad social que ha convertido a México en una fábrica de hacer ricos, pero también de pobres. Hay zonas urbanas que superan a algunas de primer mundo, mientras que en otras regiones del país se vive como en Puerto Príncipe.
Una economía orientada por completo a la especulación y al lucro capitalista, una planta productiva que se rige por la obtención de beneficios rápidos y excesivos a costa de explotar la fuerza de trabajo y el medio ambiente. El año pasado se registró el mayor desempleo en muchos años y la peor tasa de crecimiento de la economía en 80 años; en tanto que aumenta el precio de alimentos y el salario pierde su valor a pasos agigantados.
Esta combinación está provocando una enorme dificultad para adquirir satisfactores esenciales: vivienda, alimentos, educación y medicinas.
Si obtener o mantener un empleo es difícil, más lo es conseguir salarios decentes, la consecuencia es que se observa una mayor presión sobre quienes viven de su fuerza de trabajo. La fórmula de las políticas liberales se puede resumir en lo siguiente: más ganancias y más rápidas para los capitalistas en tanto a los asalariados se les condena a mayores cargas de trabajo y con menores ingresos.
Como parte de la misma estrategia de salida a la crisis diseñada por capitalistas y clase gobernante, las prestaciones sociales y garantías al trabajo decente se han reducido a tasas semejantes a las de hace cien años. Muchos trabajadores laboran más de las ocho horas que marca la ley y se han vuelto comunes jornadas de trabajo de diez o doce horas, como a fines del siglo XIX.
Al mismo tiempo se está condenando a las actuales generaciones de asalariados a un presente sin prestaciones sociales que labora por contratos temporales y a un futuro sin sistema de jubilaciones y pensiones. Es decir, un desastre social.
Otra estampa de éste país en crisis es la paulatina y constante degradación de los servicios públicos esenciales, como educación, salud, calles, etcétera. Por un lado se dice que los recursos fiscales no alcanzan para construir más escuelas y hospitales o clínicas familiares, pero de otro lado seguimos pagando el rescate a los banqueros que fraudulearon al país en 1995 (y seguiremos hasta 2078), y pagamos una monstruosa suma por el servicio de la deuda: 250 mil millones de pesos anuales.
El resultado no podría ser peor: una pequeña fracción de clases acomodadas que vive encerrada en cotos y autos blindados por temor a la inseguridad, pero que no relaciona su modo de vida con la crisis; clases medias empobrecidas y estresadas porque se les está cayendo a pedazos su proyecto de vida consumista que prometía el proyecto de modernización neoliberal y una irritación más palpable en las clases bajas sobre quienes descansa todo este andamiaje social desigual.
¿Qué ofrece la clase política profesional ante esta devastación? Un paquete ñoño y vacío de “reformas estructurales” con la que creen que volverán a reflotar el modelo neoliberal y maquillar el sistema político para que la gente siga creyendo en ellos.
Creen que nos toman el pelo, pero es al revés, la población los está mandando al diablo con este ofrecimiento de salida a la crisis que no es sino más de la misma receta que ha aplicado la clase gobernante y los capitalistas desde hace 25 años: 90 por ciento de la población no entiende ni quiere entender nada de la supuesta reforma política, según encuesta de María de las Heras (Público, 1 de marzo 2010).
En resumen, lo que la clase política (y el coro de intelectuales del desplegado contra la generación del no) ofrece como alternativa de salvación es más de la receta que ahora tiene al país como está, en medio de la devastación, la violencia y la explotación del trabajo para la mayoría. Como es obvio, como ha sido hace 200 y 100 años atrás, la alternativa no vendrá de arriba. Ya se está construyendo en el subsuelo social.
http://rubenmartinmartin.wordpress.com
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