Un planta de tratamiento de aguas residuales, ahora cubierta por el lago, contamina lentamente el ecosistema
San Pedro y Mezcala: enfermedad y muerte, la pesca del día en Chapala
ADRIÁN DE LA TORRE
José Natividad, de 17 años, de San Pedro Itzicán, enfermo del riñón por posible contaminación en Chapala Foto: FOTO HÉCTOR JESÚS HERNÁNDEZ
La piel oscura y rasposa caracteriza a los habitantes de Poncitlán, a la orilla del lago de Chapala, el más grande del país, el que las autoridades invitan a cuidar, el que por años quitó la sed a habitantes de San Pedro Itzicán y Mezcala.
Ahí es difícil adquirir un garrafón de agua, no cualquiera compra agua purificada, la toman de la llave, porque les dijeron que era para consumo humano hace años que les instalaron un enfriador de agua, que al estilo de una fuente de menos de tres metros de altura, supuestamente sirve para enfriar el agua con olor azufrado y de ahí enviarla a las tuberías de toda la comunidad, donde la beben independientemente del olor y de la temperatura, que alcanza los 55 grados centígrados.
En San Pedro no requieren boiler ni en invierno, el agua sale caliente porque la comunidad está ubicada en una “vena volcánica”, eso les han dicho por años.
Eso le dijeron a la familia de José Natividad, de 17 años, de los que tiene dos enfermo del riñón, y que dos veces por semana se traslada a Ocotlán para que lo atiendan en el hospital y le hagan cambio de catéter.
Para él, usar cubrebocas no fue una moda durante la alerta sanitaria en 2009, José lo porta siempre por recomendación médica. Estudia la secundaria y se acompaña de su abuela materna, pues su madre debe trabajar y a su padre lo mataron hace años en un campo de futbol de Mezcala.
José Natividad no es el único enfermo del riñón en San Pedro, desafortunadamente este es un mal característico de la región Ciénega, con mayor prevalencia en menores de edad, como otro José, que desde los 13 años requiere de diálisis. Ahora ya tiene 18 años, no estudia ni trabaja. Cuando iba en sexto grado de primaria se enfermó y lo sacaron de la escuela.
La dificultad que tiene para trasladarse a Guadalajara le ha enseñado a hacerse solo las curaciones cuatro veces al día, sin embargo sus visitas a la capital son constantes desde hace cinco años que sufre el mal renal.
Mes a mes acude al “viejito”, como ellos conocen al antigüo Hospital Civil tapatío, donde le dicen cómo cuidarse de la enfermedad que por años ha tenido.
José es el quinto de 12 hermanos, hay otros siete menores que él en su familia. Adelaida, una de sus hermanas tiene más de diez años enferma, “pero de otra cosa, no como yo”, dijo el joven sentado en la banqueta de la plaza de San Pedro Itzicán, una comunidad donde las familias son de entre 10 y 18 miembros, en su mayoría menores de edad que dentro de su dieta diaria ubican al pescado, alimento que no falta en el desayuno, en la comida, en la cena. Sus presentaciones son variadas, pero dorado o en ceviche es como más lo comen.
El pescado es fácil de adquirir en San Pedro, cualquiera se arrima a la orilla del lago y en pocos minutos llena una cubeta de pescado. Así lo hacen los extranjeros que radican en Ajijic o en Chapala, municipios cercanos a Poncitlán.
La diferencia con los habitantes de San Pedro, es que ellos, los extranjeros, llegan en camionetas que trajeron de Estados Unidos y se estacionan junto al lago, por el puro gusto de sentarse a la orilla y disfrutar la tranquilidad que eso representa, la tranquilidad de tener una pensión estadounidense por el resto de sus días. Ahí pueden durar horas pescando, para después escoger los pescados más grandes, los que mejor se ven en su asador, y los otros regalarlos a los niños que diariamente juegan junto al agua.
Sin embargo, hay algo que hace iguales a extranjeros y mexicanos. Todos consumen pescado contaminado. A pocos metros de donde acostumbran pescar está la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de San Pedro Itzicán, que de acuerdo con la última actualización de la Comisión Estatal del Agua (CEA) no está en funcionamiento.
La planta, construida hace una década ahora está prácticamente bajo el agua. En el año 2000 que se entregó, las autoridades no contemplaban que 10 años después el lago de Chapala se iba a recuperar. Eran más de 200 metros “para adentro” los que estaban secos. Hace todavía dos años había cosechas, había incluso quienes comenzaban a fincar para ampliar su casa, apropiándose de espacios que alguna vez pertenecieron al lago, y todo eso, al igual que parte de la planta de tratamiento se inundó.
El cárcamo quedó dentro del lago. Los líquidos que ahí se vierten ahora se filtran con el agua de Chapala, por eso los peces se contaminan, explicaron empleados de la planta construida en un terreno que donó un habitante de San Pedro para la edificación del inmueble hoy inutilizado.
“¿A quién le echamos la culpa?”, cuestionaron ellos, conscientes de las enfermedades que eso representa, conscientes de que en cualquier momento puede llegar otra epidemia de cólera como en la década de los noventa, y que igual que esa fecha, puede cobrar vidas.
Las opciones para vivir son pocas en San Pedro. Además de José Natividad y José, está Mario, que tiene 18 años y que sólo pudo concluir la primaria. Ésta enfermo del riñón y en el mes de agosto cumplió tres años de que lo trasplantaron. A diferencia de los otros dos adolescentes, Mario si tiene posibilidad de consumir agua de garrafón, y no “de la que enfrían” en San Pedro, pero durante sus primeros diez años de vida tomó agua de la llave.
La familia de Mario también es numerosa, con él suman 12 hermanos, y una de ellas hace poco fue intervenida quirúrgicamente, pero de la apéndice, aunque eso no evita los gastos en medicamentos para Mario, que en ocasiones a falta de recursos son adquiridos en la zona de El Santuario, en Guadalajara, donde se comercializan fármacos a bajo costo, pues el precio en una farmacia establecida es mayor a cinco mil pesos y él no debe suspender su dosis.
Juanita es otra afectada del riñón. Nadie sabe si es a causa de los metales pesados en el agua caliente que llega a través de tubería, o de los pescados que consumió en su infancia. Tiene apenas 15 años y se acompaña de su papá –a su mamá, la señora Mary le dio embolia hace once años- que cuatro veces al día, a las 9 de la mañana, a las 12 del medio día, a las 4 de la tarde y a las 9 de la noche le ayuda con la diálisis, rutina que ha seguido desde hace dos años que de enfermó.
Ella es la menor de ocho hermanos. Además tiene sinusitis, pero igual que José, que Mario y que José Natividad se le ve contenta.
Mezcala, en condiciones similares
Cerca de San Pedro Itzicán está Mezcala, una región que resultó atractiva para las autoridades previo a los festejos del Bicentenario de la Independencia, pero que continúa abandona en el aspecto social, ambiental y sanitario.
Ahí vive Daniel, un joven de 23 años que hace dos semanas estuvo en el Hospital Civil a causa de “irritación” que le provocó dolor en los riñones. El diagnóstico del médico que lo atendió fue favorable, por ahora no debe preocuparse por daño renal, sin embargo se someterá a un régimen alimenticio del que se retira el café, los refrescos negros y el picante.
En la misma casa, pero en condiciones de salud diferentes vive María Socorro, abuela de la esposa de Daniel, que a sus 63 años de edad mantiene la alegría, pese a que desde mayo está en silla de ruedas luego de una caída que le lesionó la pierna y le provocó llegar al hospital, donde le realizaron diversos estudios y le detectaron enfermedad en los riñones. “Al Hospital Civil Nuevo caí porque me empecé a hinchar de los riñones y me descubrieron muchas cosas”, dijo.
Doña Mary, como la conocen en Mezcala, ha perdido citas en el Hospital Civil porque no tiene quién la lleve a Guadalajara y el taxi le cobra 400 pesos de ida y 400 pesos de regreso, dinero que en ocasiones es complicado conseguir, pues apenas puede pagar mil 200 pesos para unas vacunas que fortalecen la sangre.
Desde hace cinco meses se traslada en una silla de ruedas, pero casi no sale a la calle. Su silla esta vieja y deteriorada, y el empedrado en las calles de Mezcala le provocaría otro accidente, por lo que prefiere quedarse en casa, acompañada de su familia.
Cerca de la casa de doña Mary y de Daniel vive Hugo, de 20 años de edad. En marzo cumplirá tres años enfermo del riñón. Requiere un trasplante, pero no tiene donador. La mamá de Hugo en diciembre de 2007 le donó un riñón a Juan Manuel, otro de sus hijos que también tuvo complicaciones renales.
Ahora Juan Manuel terminó sus estudios y trabaja en Guadalajara. Hugo sólo pudo concluir la preparatoria, y se dedica a vender dulces y frituras afuera de su casa. Su mamá trabaja para conseguir las medicinas, rutina que ha seguido desde hace varios años, pues primero se enfermó Juan Manuel, a quien hace casi tres años le donó un riñón, sin saber que tres meses después otro de sus hijos se iba a enfermar también del riñón.
La vida de Hugo cambió radicalmente. Él quería continuar estudiando, pero empezó a sentirse agotado y con nauseas, como se sienten muchos de los que ahí viven, donde al medio día el olor a leña predomina ante cualquier otro. Donde esperan con la gracia de la Virgen de la Asunción, la que ahí veneran, no enfermarse, como ha pasado a uno, a dos o a tres que conocen, que son vecinos, que fueron compañeros en la escuela o en el trabajo o que son familiares.