Crisis política en Jalisco
La profundización de los problemas, el incremento en el número de conflictos sociales, la incapacidad de dar respuestas certeras, eficientes y rápidas de parte de la clase gobernante a las demandas de la ciudadanía y la paupérrima capacidad de lograr acuerdos sustanciales, nos lleva a la necesidad de reflexionar sobre las causas que originan la crisis política que estamos viviendo. Sin duda que el tema amerita de amplias y profundas reflexiones colectivas y para ello pongo mi aportación.
Primero. Antes de los procesos de alternancia en el poder, la clase política sabía que su forma de permanecer en los puestos públicos no estaba sujeto a las elecciones, sino a su capacidad de posicionarse dentro del partido en el poder en un escenario donde la burocracia era muy amplia, ya que por un lado contaba con un sector público muy robusto y por otro con un gran aparato de empresas paraestatales. Dicho coloquialmente, se podían mantener viviendo del presupuesto por mucho tiempo. Con la alternancia política las formas de acceder a los puestos de gobierno se modificaron y ahora parece que cuando se arriba al poder, la primera intención de las y los políticos es ver cómo dan el siguiente paso para moverse al siguiente cargo. Es decir, el primer objetivo al llegar al poder es mantenerse en él. Una de las dinámicas más perniciosas que produce esta situación es que la clase política empieza a subordinar cualquier acción de gobierno y cualquier proyecto para conseguir este propósito. La rentabilidad político-electoral se convierte en un valor absoluto por encima de todo lo demás y la capacidad de asumir riesgos en las decisiones de políticas públicas se vuelven casi nulas, sobre todo si éstas afectan a los poderes fácticos o al capital. El fin último de la actuación de la clase política es su propia reproducción.
Segundo. Cuando una sociedad es incapaz de generar un consenso amplio en torno a un proyecto mínimo y una visión compartida, es imposible contar con objetivos que se conviertan en un referente que orienten y evalúen la actuación de la clase política. En Jalisco hay un plan estatal de desarrollo, planes municipales, iniciativas ciudadanas y empresariales, pero ninguna de ellas ha logrado generar un consenso social sobre el derrotero que deberíamos tener como estado. No hay un proyecto común y por lo tanto los horizontes, los pasos a seguir y las metas no están claras. Esta falta de orientación posibilita que la clase política siga viviendo de ocurrencias, de reinventar el desarrollo en cada sexenio y que como en muchos casos, sólo se actúe de forma reactiva ante los problemas y conflictos que ya están presentes. Esta falta de miras tampoco permite que la sociedad tenga un referente de evaluación de sus gobernantes, ya que no es posible medir la eficacia y eficiencia de su gobierno frente a los avances de este proyecto común. Este elemento aunado con el primer punto genera que la clase política se viva sin antes y después y permite que las acciones no tengan un mínimo de orientación. Por supuesto que esta situación propicia que las y los políticos sólo se midan ante sí mismos y no frente a una serie de retos a los cuales tendrían que responder.
Tercero. El avance que se tuvo en materia de creación de instituciones democráticas, organismos públicos autónomos, la legislación en torno a derechos civiles y políticos y la ciudadanización de algunos espacios gubernamentales y públicos, no fue acompañado con una estrategia contundente, potente y radical de creación de una nueva cultura política en todos los ámbitos (incluyendo la vida cotidiana), donde la resolución constructiva de los conflictos fuera un elemento central. La corrupción, el autoritarismo, la represión social, la criminalizacion de la protesta social, la impunidad, el ninguneo de la participación ciudadana se quedaron como parte de la forma de actuar de buena parte de la clase política y terminaron saboteando los logros de las luchas sociales por la democracia. Espacios institucionales claves para el arribo de la democracia no pasaron por este cambio, a saber, partidos políticos, universidades públicas, sindicatos, incluso organizaciones de la sociedad civil no comenzaron procesos de democratización interna y terminaron por convertirse en obstáculos para el proceso de democratización mexicana. Haber dejado la democracia en un proceso instrumental de elección de gobiernos nos condujó a un doloroso fracaso en la materia. Cambios en el campo político que no se acompañen con la construcción de una cultura que los soporte, los condena a no lograr sus objetivos y generar una profunda decepción en la sociedad.
Cuarto. Las organizaciones de la sociedad civil jalisciense tampoco se han convertido en un contrapeso real para acotar la actuación de la clase política. La atomización de las agendas, la incapacidad de conciliar las diferencias ideológicas, la crisis por la que están pasando numerosas organizaciones no gubernamentales por problemas de sentido y de financiamiento y en algunos casos la necesidad de convertirse en los “interlocutores y mediadores” entre la sociedad y el gobierno con fines de protagonismos estériles, han llevado a que las organizaciones ciudadanas de la entidad no sean capaces de generar una fuerza significativa que acote, limite, oriente y en algunos casos confronte con éxito a la clase política. Hasta el momento y a pesar de que en otros momentos se han logrado generar fuertes lazos de solidaridad entre estas organizaciones, no existe un sector de la sociedad civil consolidado, debidamente reconocido y con un proyecto común.
Hasta aquí una serie de reflexiones que intentan aportar a la comprensión de la crisis política que nos aqueja y que no permite avanzar en la resolución de los problemas nodales de Jalisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario