México: bicentenario agridulce
México llega cojeando al bicentenario del alzamiento por su independencia, vapuleado y lleno de dudas, pero con más apertura y debates que quizás en cualquier otro tiempo en su historia. Los mexicanos celebrarán hoy 200 años de su independencia en un colorido festejo que incluye conciertos, fuegos artificiales y desfiles a lo largo de un país agobiado por la violencia del narcotráfico y con miles de damnificados por lluvias sin precedentes.
La película que el director mexicano Luis Estrada estrena para el bicentenario de su país tiene el franco título de "El Infierno". Al igual que muchos otros mexicanos, Estrada dice que hay poco que celebrar en México hoy, con la violencia, corrupción y desigualdad. Pero, en otro sentido, la película muestra lo que ha avanzado el país, ya que fue realizada con fondos estatales y nadie trató de censurarla. "Pienso que eso debería ser visto como un enorme progreso", dijo Estrada.
El bicentenario marca el alzamiento de 1810, encabezado por el sacerdote católico Miguel Hidalgo, quien armó una banda de indígenas y campesinos bajo la bandera de la virgen morena de Guadalupe. Hidalgo fue capturado y ejecutado poco tiempo después, pero para 1821 el movimiento que él inició había derrotado a las fuerzas coloniales españolas, un triunfo que los mexicanos celebran el 15 y 16 de septiembre.
"Un bicentenario debería inspirar y generar esperanza, y este caso no ha sido así", hace notar el ambientalista y activista por los derechos del consumidor Alejandro Calvillo. "Llega en un momento de profunda crisis".
¿Por qué no pudo haber sido en 1976, cuando México nadaba en dinero del petróleo? ¿O en 1993, cuando México negoció el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, anunciado como el pasaje a la prosperidad? ¿O en el 2000, cuando el país tuvo la primera transición democrática de poder en su historia?
Porque todas esas "victorias" resultaron vacías. El petróleo se está agotando. El TLC no ha conseguido elevar los salarios mexicanos o frenar la inmigración ilegal. Y la democracia —en un país sin iniciativas ciudadanas, candidatos independientes ni reuniones municipales abiertas al público— solamente ha fortalecido el poder de los tres principales partidos políticos.
Un sondeo del Pew Research Center dado a conocer en agosto muestra que el 79% de los mexicanos están insatisfechos con el rumbo del país. Incluso la secretaria de estado norteamericana Hillary Clinton dijo la semana pasada que México, asolado por la violencia y el narcotráfico, se parece cada vez más a la Colombia de hace dos décadas.
En economía, México parece estar rezagándose: trabajadores automovilísticos chinos que alguna vez ganaron sueldos que sus contrapartes mexicanas no se habrían rebajado a aceptar, ahora ganan más que ellos. El preciado papel de México como defensor del derecho de Latinoamérica a la autodeterminación ha sido asumido mayormente por Brasil y Venezuela. Y la imagen que ha tenido México de sí mismo como protector de refugiados, fue violentamente sacudida cuando pistoleros de un cártel de narcotráfico masacraron a 72 migrantes centroamericanos en el norte del país en agosto.
"Nosotros somos gente generosa y hospitalaria, sin dudas, pero ahora nos estamos dando cuenta con alarma de que nos hemos convertido en un país corrupto y asesino", dijo la arquidiócesis de México en un editorial. Quizás lo que los mexicanos tienen que celebrar es su propia resistencia, la característica que ha mantenido la integridad del país durante siglos.
"No vamos a emigrar y no vamos a ser derrotados", dice Víctor Suárez, de 57 años, quien en 1995 comenzó un movimiento cooperativo agrario, inmediatamente después de que el TLC abriese las puertas a las importaciones de granos estadounidenses. El grupo de Suárez se dedica ahora a negociar mejores precios para unos 60.000 pequeños agricultores, y ha construido unos 200 almacenes de granos. "Los agricultores son el futuro del país", afirma. "Estamos peleando para salvar algo que será clave para la identidad nacional".
Pero en los últimos 15 años, refiere Suárez, ha visto crecer los contingentes de campesinos pobres emigrar a Estados Unidos, o ser reclutados por pandillas de drogas para trabajar como sicarios o vigías, o para sembrar marihuana u opio. En un país en el que el 10% de la población ha emigrado —y un sondeo del Pew Research Center muestra que otro 33% quisiera hacerlo— el sólo hecho de quedarse es un manifiesto.
Eso es especialmente cierto en Ciudad Juárez, donde la violencia de la droga ha matado a más de 4000 personas desde el 2009, convirtiéndola en una de las ciudades más peligrosas en el mundo. La violencia es tal que la localidad canceló su celebración del Día de la Independencia, por primera vez desde que Pancho Villa atacó ciudades fronterizas durante la Revolución de 1910-1917.
Un dueño de un restaurante en Ciudad Juárez —que pidió que no se diese su nombre para evitar represalias— se resiste a irse, pese a que pistoleros irrumpieron en su negocio hace un año para demandar un pago por protección. El hombre trasladó a su familia a El Paso, Texas, y abrió otro restaurante allí. Pero él sigue en Ciudad Juárez para mantener abierto el negocio y continuar proveyendo de empleo a sus 10 trabajadores.
"Mi padre abrió este negocio con poquísimo dinero", declaró. "Yo quiero quedarme aquí, en Ciudad Juárez y ayudar a las familias de mis empleados, mientras pueda. No voy a dejar que algunos desgraciados me saquen de aquí".
Los mexicanos están perdiendo fe en sus instituciones. Cuando el protagonista de la película de Estrada irrumpe en una celebración del bicentenario y mata a tiros a figuras corruptas —un narcotraficante, un alcalde, un jefe policial y un sacerdote local-, el público aplaude.
Pero la búsqueda de nuevos valores es algo desorientadora. En gran parte de sus 200 años, México fue dominado por tres instituciones, cuyos edificios eran centrales en centenares de pueblos: la iglesia, el ayuntamiento y la casa de la familia más prominente. La iglesia —cuyo decreciente número de sacerdotes apenas puede servir a la feligresía— trata ahora de ser relevante, en un país en el que la mayoría de los habitantes se consideran católicos pero apenas asisten a misa.
El sacerdote Alejandro Solalinde dirige un albergue para inmigrantes centroamericanos en el sureño estado de Oaxaca, donde ha soportado amenazas de funcionarios corruptos y pandillas de narcotraficantes. Solalinde cuestiona a su iglesia y la dirección que lleva el país. "Pienso que el nacionalismo no es de mucha ayuda", explica. "Pienso que lo que necesitamos es un nuevo humanismo, que valorice al ser humano individual".
En la actualidad, uno de los edificios de la plaza mayor de un pueblo mexicano es muy probablemente un templo evangélico. Grupos evangélicos y protestantes proveen participación y un sentido de renovación, celebrando "encuentros de oración" en lugares como Ciudad Juárez.
Otros aspectos de la vida cotidiana están cambiando. En la plaza muy probablemente hay también un café internet, una casa de cambios para remesas de los emigrantes y una tienda que vende sandalias plásticas chinas en lugar de los tradicionales huaraches de cuero.
La familia sigue siendo un baluarte, aunque a menudo es dividida por la emigración, con lo que la enorme familia unida mexicana pudiera ser algo del pasado. La tasa de natalidad en México ha caído de 7 por mujer a finales de los 60, a 2,1 en la actualidad.
Los mexicanos de clase media alta hoy están plantados firmemente en el mundo desarrollado, con iPhones, departamentos modernos, altos niveles de educación y familias pequeñas. A veces se sienten ignorados en medio de todas las conversaciones sobre la violencia: la tasa nacional de asesinatos en México, después de todo, es de 14 por 100.000, bien por debajo del promedio para Latinoamérica.
"El México peligroso, violento, trágico, corrupto y cínico no es el país al que pertenece la mayoría de los mexicanos", dijo el filántropo Manuel Arango en una carta abierta en agosto. "Los millones que van a trabajar, pese a protestas callejeras que a menudo bloquean el tráfico, que trabajan para avanzar y mantener a sus familias, ese México invisible es el verdadero México".
México tiene hoy fuertes movimientos cívicos en asuntos como crimen, derechos humanos y protección ambiental, que no existían hace 25 años. Y pese a sufrir en el 2009 la peor recesión desde la década del 30, las finanzas gubernamentales se encuentran bien y la responsabilidad mejora. Además, tiene ahora un tribunal supremo realmente independiente.
Aún así, unos pocos controlan aún las riendas de la economía, en la que una o dos firmas dominan sectores como televisión, cemento y distribución de alimentos. La mitad de los 107 millones de habitantes viven en la pobreza. México es hogar tanto del hombre más rico del mundo —Carlos Slim, cuya fortuna está estimada en 53.500 millones de dólares— como de unos 20 millones de personas que viven con menos de tres dólares al día.
"Cerrar la brecha que separa esos dos Méxicos es un compromiso que debemos a los héroes del pasado, y a los mexicanos de hoy y mañana", dijo el presidente Calderón en un discurso el 1º de septiembre. Mientras tanto, activistas sociales están tratando de cambiar México en diversas formas. Madres cuyos hijos desaparecieron en campañas de contrainsurgencia o policiales, han estado lavando la bandera mexicana en las escaleras de la corte suprema en las semanas previas al bicentenario. Ellas dicen que la bandera está manchada de sangre y tiene que ser limpiada.
Un grupo casi paramilitar, el Pentatlón Deportivo, sostiene que el desarrollo personal y un ardiente amor nacionalista por México son las curas para los males del país. Otros, como Calvillo, están tratando de organizar a los consumidores para presionar al poderoso sector empresarial, con campañas para impedir que las grandes corporaciones vendan comida chatarra en las escuelas, donde los niños sufren al mismo tiempo de desnutrición y de una de las mayores tasas de obesidad en el mundo.
Y algunos están usando los tribunales para presentar demandas populares contra grandes negocios. Pero hay límites a lo que puede hacer el activismo. Por ejemplo, anticuadas leyes laborales hacen casi imposible la organización sindical, y el poder y el dinero a menudo se imponen en el opaco y burocrático sistema judicial mexicano.
"Es una situación contradictoria, porque por un lado, la gente está un poco desesperada y quiere participar, pero la falta de procesos democráticos la desalienta", dice Calvillo. "Por esa situación, la gente como que se retira a sus vidas privadas y trata de resolver sus propios problemas".
Este año es además el centenario del inicio de la revolución de 1910-1917, cuando héroes como Emiliano Zapata y Francisco Villa derrocaron la dictadura de Porfirio Díaz en nombre de los campesinos pobres. Unos cien años más tarde, la mayoría de las propiedades campesinas siguen siendo pequeñas y pobres, y la retórica "revolucionaria" que ayudó a mantener al PRI en el poder durante 71 años (un gobierno paternalista que repartía subsidios, viviendas subvencionadas y construía complejos deportivos), se ha desvanecido como la pintura en los edificios de departamentos construidos por el gobierno.
Las elecciones presidenciales del 2000, ganadas por el conservador Partido de Acción Nacional, fueron la primera transición pacífica del poder en la historia del país. El gobierno de Calderón tuvo que retrasar la inauguración de un parque y un arco conmemorativo del bicentenario, porque parte del trabajo tuvo que hacerse en el exterior. Hoy, los mexicanos hacen menos caso al gobierno que antes y se han cansado de la versión oficial de lo que significa ser mexicano.
En el mercado de música alternativa de Ciudad de México, goths mexicanos en ropaje negro y rostros maquillados de blanco se mezclan con fanáticos del punk y del rock conocidos como "skaters". Con el pelo desarreglado, jeans rotos y patinetas, el artista de graffiti y estudiante de secundaria Antonio Yáñez, de 19 años, disfruta de grupos musicales estadounidenses como Red Hot Chili Peppers y Flaming Lips, pero define su identidad mexicana como algo que hace al corazón ancestral del país. "Ser mexicano es trabajar duro, avanzar por sus propios esfuerzos", dice Yáñez. "Es como buscar la forma de salir adelante, incluso cuando no hay forma, y esperar encontrarla".
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