EL LOBBY
Salud… pero no para brindar
Ayer el gobierno del estado inauguró formalmente (pero aún sin certificación) el Laboratorio de Biología Molecular con el que el doctor House región cuatro le buscará poner nombre y apellido a los virus de influenza que se alojen en todos los gripientos de Jalisco. La medida, sin duda, es importante, pero demuestra la forma en que reacciona (pues hasta ahora no ha mostrado capacidad de prevención) el Ejecutivo del estado en los temas que tienen que ver con la salud. El laboratorio, de 18 millonees de pesos, ampliaría de manera exponencial las posibilidades de la Secretaría de Salud Jalisco, pero lo estrecho de sus miras, enfocadas cual caballo de calandria en sortear sólo lo que se tiene enfrente, le impide imaginar que ese tipo de laboratorios no sólo sirve para “monitorear” la influenza y el dengue, sino que también puede utilizarse para los diagnósticos de otras enfermedades infecciosas como el VIH/sida, el papiloma humano, la hepatitis C, la tuberculosis, clamidia, herpes y malaria, o en el estudio de enfermedades genéticas, en la oncología e incluso en medicina forense.
Con este laboratorio, con personal calificado y con la real voluntad de invertir en la investigación, la SSJ podría iniciar una serie de trabajos que le llevaran a intentar resolver científicamente algunos de los serios problemas de salud de la entidad, pero hasta ahora no hay indicios de que nada en la forma de ver las cosas de quien gobierna este estado haya cambiado.
En tanto, pero de otra manera, la fotógrafa Paula Islas aprovecha el espacio que le otorga la revista Magis, publicación mensual del Iteso, para ponerles rostro y nombre a las personas de la región de Juanacatlán y El Salto que han enfermado a causa de la contaminación en el río Santiago (esto último lo suponemos en este Lobby, al igual que lo suponen muchos médicos y especialistas, pues hasta ahora no hay forma de comprobarlo por falta de estudios científicos al respecto).
Islas recuerda en la introducción a su fotorreportaje que en agosto del 2007 el secretario de Salud del estado (el doctor House) aseguró que la gente de la zona sólo padecía de “algunos problemas de las vías respiratorias” y que los casos de cáncer y otras enfermedades documentados por organizaciones y activistas no tienen relación con la contaminación del río pues no es posible determinar que eso suceda.
Paula Islas retrata a 12 personas, todas vecinas del Santiago, que padecen insuficiencias renales, mielomas, cáncer de mama (entre ellos un hombre) tumores cancerígenos, sarcomas. Las historias de cada uno, resumidas en un párrafo, y sus rostros, son una muestra de lo que existe y camina a las orillas del Santiago.
Pero mientras el gobierno del estado continúa guardando este problema de salud bajo la alfombra (el de la contaminación del río es imposible de ocultar) hasta en tanto no logre la construcción de las dos macroplantas de tratamiento con que supuestamente se saneará el Santiago, algunas organizaciones siguen documentando, como lo hizo Islas, los casos de enfermedades en El Salto, Juanacatlán y Puente Grande, tratando de hacer un mapa y un diagnóstico de la situación. En este caso se alega que esos esfuerzos, aunque utilicen metodología científica, no cuentan –precisamente– con un aval científico y por lo tanto no sirven de nada. Tal vez podría aplicarse el mismo criterio de valor para las pruebas PCR que la SSJ elabora en su flamante Laboratorio de Biología Molecular, pues aún no cuenta con una certificación que respalde sus resultados.
La casa paga
Con la llegada de los “socios” estadunidenses a tierras de la torta ahogada la ciudad empieza a padecer las incomodidades que pasa cualquier anfitrión que intenta hacer ver su casa como no es. Lo de menos han sido las vallas que ya impiden la circulación en varios metros a la redonda del Cabañas. Lo de más tiene que ver con la intención de esconder eso que puede astimar las delicadas pupilas de los distinguidos visitantes, como las trabajadoras sexuales, los boleros, los que pernoctan en la calle o viven de ella. No sea que se formen una mala impresión y piensen que además de ser los países más “peligrosos” para ejercer el periodismo, Somalia y México también son similares por tener gente pobre.
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