Nuevas especies en Latinoamérica, de negocio a plaga
Especies como los visones se han convertido en un peligro para los ecosistemas locales. EFE
- El impacto de las especies vegetales es igualmente grave
La introducción de animales extranjeros representa un problema para los ecosistemas pues terminan por invadirlos y dañarlos
Poco importa que se trate de un simple caracol, una rana o un arbusto. Las plantas y animales exóticos pueden causar un daño incalculable a la biodiversidad, y el peligro de que se vuelvan invasoras es grande, gracias a un clima favorable y a características propias, como ser tolerantes a ambientes diversos, de crecimiento muy rápido y reproducción a edad temprana.
“En Latinoamérica todavía tenemos más oportunidades de prevenir y hacer que no llegue a ser tan grave como en Australia, Sudáfrica, Hawaii, Florida o California”, advierte Silvia Ziller, experta en temas de biodiversidad y especies invasoras, fundadora y directora del Instituto Hórus de Brasil.
Animales como castores y visones que en décadas pasadas fueron exportadas de América del Norte al hemisferio sur del continente han pasado de convertirse en un potencial negocio a un auténtico problema para el paisaje y hábitat de las especies nativas, publicó el el servicio de radiodifusión internacional alemán Deutsche Welle.
Así, cuando en 1946, 25 parejas de castores fueron llevadas desde Canadá a Tierra del Fuego, con el fin de fomentar el negocio peletero y de otros subproductos, como el aceite, los resultados no fueron los esperados y los castores se multiplicaron e invadieron ésta y otras islas de la región, tanto en Argentina como en Chile.
De igual manera, el visón, que llegó en la década de 1930 al sur de Argentina y Chile, cubre actualmente una extensa zona, incluida la Isla Navarino y la Reserva Cabo de Hornos en donde su voracidad se ha hecho notar, luego de que en estudios se comprobara que las heces de este animal registran un alto porcentaje de restos de aves y también ratones.
Sin embargo, en ambos casos como en muchos otros, el gran dilema radica en cómo detener el avance de estos mamíferos. “No creo que eliminarlos sea realista ni justificado. Se podría controlar, pero no eliminar”, dijo Elke Schüttler, del Centro de Estudios Ambientales (UFZ) de Leipzig, quien considera que a través de capacitación en las comunidades locales puede generarse una fuente de trabajo y a la vez detener a los intrusos.
No obstante, aunque sea más silencioso que los ejemplos anteriores, el impacto de las especies vegetales es igualmente grave. Desde pinos a arbustos introducidos para cierre natural, estos han ido expandiéndose y modificando el paisaje, los suelos y el hábitat, expulsando a las especies nativas.
“En el lago Victoria, en África, una planta acuática sudamericana llegó a ocupar el 70% de la superficie, con capas de hasta un metro de espesor, haciendo imposible la navegación. La solución fue introducir un insecto que se alimenta de esta planta y con ello disminuyó a un 30% el problema”, dijo Ziller, que trabaja en el control de árboles como los pinos, aromos y ligustros.
Las posturas son diversas y cada una, a su modo, ofrece una solución o, al menos, una postura ante esta problemática. Así, mientras que algunos se resignan ante este fenómeno de invasión biológica, argumentando que se trata de los costos de la globalización, otros plantean que los sistemas se deben autorregular y unos más hacen énfasis en las consecuencias que estas invasiones pueden tener. Algo que no siempre se evalúa al momento de introducir una especie.
La situación se replica en todo el continente, no obstante, los esfuerzos también. De esta manera, en la isla chilena Juan Fernández hay esfuerzos por erradicar al coatí, un mamífero que fue introducido para controlar los ratones, pero ha causado estragos entre las aves. De igual manera, en el lago Titicaca se intenta salvar a los peces nativos ante el avance de truchas y en las islas Galápagos hay signos de recuperación del ecosistema, gracias a las medidas de erradicación de la cabra.
Sin embargo, la responsabilidad no es sólo de las autoridades. “Las personas comunes también hacen invasión cuando compran una planta ornamental sin conocimiento o cuando no quieren tener más a su mascota y la dejan en la naturaleza, o no cuidan bien a su perro o gato y éstos salen a cazar”, agregó Ziller.
Lo cierto es que una vez instalado el invasor, las medidas de control suelen ser complejas, caras, no siempre exitosas y a veces polémicas, como cuando hace cuatro años, en Colombia, fue abatido el hipopótamo Pepe, quien formara parte del zoológico que Pablo Escobar alguna vez tuvo en su hacienda.
La excentricidad del capo dio pie a que, años después de haber conformado sus selección de animales, algunos de ellos abandonaran el parque en busca de su propio territorio, causando destrozos en los cultivos, atacando animales y provocando temor entre las personas, lo cual –en el caso de Pepe– tuvo un final desafortunado.
Las consecuencias de una invasión no son previstas con anticipación y la erradicación total puede ser muy compleja. “La forma más efectiva y menos costosa es la prevención, pero no hay un único criterio o estrategia de control. Esto depende del contexto regional y la especie”, dijo María Piedad Baptiste, investigadora del Instituto Alexander Von Humboldt de Colombia
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