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LOS SIN RIO....
La vida y los sin río
Por César Enrique Pineda
La fotografía en una de sus casas añora el viejo río, claro, transparente. La cascada del río Santiago tiene en la vieja foto aspecto paradisiaco; el “Niágara mexicano” le decían incluso. De eso hace ya más de treinta años. Hoy todo está muerto. Un río
que todo tocaba y daba vida: bagres, pescado blanco, carpas, culebras
de agua, víboras, sapos, ranas, tortugas, tlacuaches, armadillos. Hoy
sólo hay muerte. Aún más: la gente reía y bebía del río, cultivaba con
su afluente. Hoy hacerlo significa la muerte. Cáncer, envenenamientos y
enfermedades, el río Santiago se ha convertido en el afluente más contaminado de todo el país.
Cuentan que todo comenzó una
noche de hace tres décadas: “Un olor horrible invadió al pueblo entero.
Al día siguiente, el río llevaba una carga de muerte: miles de peces
flotaban sin vida en sus aguas”. Había llegado lo que llaman “progreso”:
la industria comenzaba a instalarse a las orillas del río con su
descarga de modernidad y desarrollo: arsénico, mercurio, aceites,
metales pesados, desechos de la gran producción. Las
fábricas y sus olores, las grandes estructuras y sus contradicciones,
sus productos y sus consecuencias habían llegado muy cerca de las
poblaciones de El Salto, en Jalisco dejando su caudal de destrucción.
Primero era sólo una textilera, hoy son cerca de 280 industrias en la
zona. Dijeron que traerían progreso, y “hoy se han convertido en
enemigos de los pueblos porque han destruido nuestro territorio”, dice uno de los habitantes de esa pequeña población, asolada por un río donde un niño cayó y a los tres días murió envenenado;
viviendo al margen de un río que se ha convertido en la ironía del
desarrollo capitalista industrial: más de 1090 sustancias tóxicas corren
por sus aguas.
Y sin embargo la vida lucha y
no se resigna a la muerte y al olvido. Exige que regrese el río.
Enrique, Graciela y Sofía, padres e hija comenzaron a llamar a todas y a todos
a la reunión. Como en muchas otras partes del mundo, tenían que luchar
por el medio ambiente por necesidad: quieren sobrevivir y hoy su lucha
es por la vida, la propia, y la de las comunidades, enfermas hasta la
muerte. La familia Enciso reúne a los pueblos, denuncia a los culpables.
No es la consecuencia irremediable de la modernidad, es una forma de
producir que busca la máxima ganancia. No es que sea natural, sino que
los gobiernos no sólo lo permiten: lo alientan. Las inversiones siempre
llegan si las regulaciones son más débiles. Las fábricas se instalan donde sea más fácil derramar sus miserias; donde sea más fácil ganar haciendo que la madre tierra y sus habitantes mueran.
Pero hay quien dice NO!; hay quien con la palabra pareciera defender la vida, al río
y a todos sus viejos habitantes. La agrupación un Salto de Vida es el
ejemplo de la lucha de las comunidades contra la industria, de los
pueblos contra los gobiernos, la lucha de los pueblos por detener la
locura: envenenar el agua con tal de que la máquina del dinero siga
funcionando. Infectar e intoxicar la tierra con tal de que la máquina
del progreso aceite sus engranes: producir por producir, ganar por
ganar, acumular por acumular. No es este el destino de las mujeres y los
hombres sino que es una forma histórica, construida a través del
tiempo, una forma de producir y consumir. Es el mercado, es el dinero,
es el capital que se contradice con la naturaleza. Quiere crecer
infinitamente en territorios y bienes naturales como el agua que son,
por supuesto, finitos.
La familia Enciso reúne,
organiza, denuncia. La voz de la vida se escucha en la radio, en
documentales, en la prensa, en las redes de organizaciones que, como
ellos, defienden la tierra, el territorio y los bienes naturales
comunes. “Un Salto de Vida” realiza estudios sobre el río, y por
supuesto, protesta junto a los pueblos. La del Salto es una lucha que
tiene forma y figura propia, como uno de ellos dice: “la política
sí, pero no la partidista. Se necesita una nueva política de las
comunidades (…) Pero no que nosotros tengamos el poder, sino que la
gente lo tenga. (…) Este trabajo es de largo aliento, los árboles que
sembremos ahorita, los frutos se los comerán la siguiente generación (…)
Es un eterno construir desde abajo.” Y es que no sólo se defiende al río y la vida de quien habita en sus márgenes, sino que se hace una política “otra”.
La del Salto es una lucha de la vida contra el capital que reivindica extrañas demandas con sus preguntas radicales: “¿cómo
se podrán recuperar todas las comunidades? Es decir, las comunidades de
peces, las comunidades de árboles, las comunidades de insectos, (…) la
de los desarraigados, la de los sin río, los Nosotros.” Los sin río parecieran gritar extrañas consignas: ¡que regresen los peces! ¡que regresen las aguas! ¡que regrese la vida!. Los sin río,
en medio de la destrucción y la desolación sueñan con el agua limpia y
clara; los sin río, en el Salto, Jalisco, son la vida que se niega a
morir, la esperanza, la posibilidad de que la vida, siempre la vida,
derrote al dinero.
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