Inundación, la mayor amenaza en la ZMG
Fraccionamientos pobres, o crecer sobre riesgos
El caso La Martinica es apenas uno más en la larga historia de asentamientos humanos para millones de habitantes pobres, sin elementos básicos de planeación, que han crecido desde hace cuatro décadas en la periferia de la zona metropolitana de Guadalajara.
Un buen día, una especie de corredor de bienes raíces (llamado en esta historia, sin ironía, “coyote”), se acerca a un campesino —siempre son áreas de tenencia ejidal o comunal, precarias en cuanto a seguridad jurídica— y le hace una propuesta para adquirir parte de su parcela a nombre del interés público —hay padrinos políticos de por medio— y por un dinero que el ingenuo campesino nunca ha visto en su vida.
Si acepta, piensa el ejidatario con fatalismo, “el gobierno me dio la tierra, el gobierno me la quitó”. El dinero se perderá en algún auto nuevo y dos o tres francachelas.
Si se niega, le amanecerá la parcela invadida por paracaidistas, agresivos ante su exigencia de respeto a su posesión. Y no habrá poder legal que ayude al atribulado ejidatario o comunero a recuperar su unidad de dotación: es muy probable que el comisariado ejidal o comunal (que siguiendo con el tono de este relato, es el “cacique”) haya firmado la cesión con sello de la comunidad. El asentamiento va porque va.
No hay ninguna idea. En busca de beneficiar “al mayor número de personas” (equivalente a “maximizar la ganancia a corto plazo” para el citado “coyote”), se colocan lotes pequeños con calles mal trazadas. Si se atraviesa un arroyo, por ser de temporal y llevar poco agua, será convertido en calle o destinado para un canal. Toda la hidrografía será el eje de los futuros colectores. Partes bajas, partes altas, zonas de piedra o de arena, todo es “urbanizable”.
¿Quién cargará con los costos de la urbanización? Obvio, los padrinos políticos, algún diputado o funcionario municipal, se compromete a gestionar servicios ante el ayuntamiento. La ciudad absorberá este negocio de particulares. Los habitantes deberán ser agradecidos y acudir a los “trabajos políticos” en que sean requeridos. Votos para el político gestor, por lo menos.
Así creció, sobre zonas de riesgo, y sigue creciendo buena parte de Guadalajara (el caso del ejido Santa Ana Tepetitlán, en Zapopan, demuestra que no son costumbres exclusivas de épocas priistas). Si un día cae una tromba, se desborda el arroyo, las casas se inundan y sale incluso algún muerto, pocos recuerdan la historia completa. Y además olvidan que un colector, por ancho que sea, será incapaz de contener una avenida extraordinaria de agua.
La ciudad consolidada ya se extiende en más de 50 por ciento de su superficie sobre zonas inadecuadas, en las cuales se padecen sobre todo inundaciones, pero sin faltar la exposición a aguas malolientes, los agrietamientos y hundimientos por rellenos inadecuados, los deslizamientos de materiales y las exposiciones a la contaminación atmosférica (Público Milenio, 26 de noviembre de 2009). El futuro pinta igual.
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