El lugareño de Palmarejo tiene un permiso de la SE para explotar yacimientos de oro
Entre intentos de asesinato y fraudes, el calvario de Clemente Ibarra por su mina
Temaca es rico en minerales, sospecha que la presa El Zapotillo es una excusa para su aprovechamiento
A Clemente Ibarra Aguayo lo han intentado asesinar en al menos 15 ocasiones. La última vez ocurrió el pasado sábado 23 de octubre cuando se encontraba en su finca allá en el poblado de Palmarejo, y fue rodeado –afirma él– por elementos de la Policía Estatal. Eran como 60 uniformados que ingresaron a bordo de patrullas de doble cabina por el poblado de Temacapulín en un operativo que impresionó a los habitantes.
El lugareño corrió al monte, pero su compañero Jorge Barajas sufrió la embestida de los gendarmes, y con las viejas prácticas de tortura, lo sometieron con una bolsa de plástico en la cara, y al tiempo que le golpeaban en costillas, testículos y abdomen le introducían agua en las narices con una manguera. Los elementos violaron la chapa de la puerta, ingresaron a la vivienda y rompieron algunos espejos. El hombre de unos 50 años de edad y tez morena mostraba moretones en el rostro y antebrazos. El que se nombró comandante en el operativo le dejó un mensaje para Clemente: “dile que donde lo vea lo voy a matar”.
Las amenazas han sucedido desde que Clemente obtuvo el permiso de la Secretaría de Economía el título de una concesión minera para explotar los yacimientos de oro que se encuentran en terrenos de su propiedad, muy cercanos al sitio en donde se levantará la cortina de la presa El Zapotillo. El día en que es entrevistado, luego de los acontecimientos, muestra copia del documento certificado por la dependencia con el número de expediente EHP. NUM 045/16244 para el lote Niña Blanca, y por una vigencia del 7 de febrero del 2007 al 6 de febrero del 2057.
Aunque el título se lo dieron hace tres años, será hasta dentro de dos semanas cuando comience en forma la extracción del mineral, ya que en todo este lapso buscó socios inversionistas y se hizo de maquinaria, sin embargo el accionista con el que firmó no resultó ser tan leal como esperaba. Refiere que justo en el momento en el que logró el registro de dos minas más; Niña Blanca I y Niña Blanca II, su socio desapareció con los títulos, los cuales presume pudo haberlos vendido a empresas extranjeras, y hasta la fecha desconoce su paradero. A su asociado que responde al nombre de Ramiro Fernández, lo acusa incluso de ser el orquestador de los atentados de muerte. Clemente precisa que con su fallecimiento, su socio podría aparentemente quedarse con los títulos de concesión.
A unos 10 metros de su vivienda, Clemente tiene todo el equipo para procesar el material, desde un bulldozer, una trituradora, cepillos y una separadora del metal. A un kilómetro más se encuentra la mina a cielo abierto con una superficie de dos mil 200 hectáreas. Desde ahí se aprecia la amplia llanura que limita con el municipio de Yahualica de González Gallo. Narra la historia que en ese sitio los españoles que combatieron a las fuerzas del indio Francisco Tenamaztle en lo que se denominó la Guerra del Mixtón en el siglo XVI encontraron varias vetas de oro. Una de esas fue redescubierta por el lugareño de Palmarejo.
Los estudios técnicos que ordenó realizar con el investigador de la Universidad de Guadalajara José Manuel Gallardo le pronostican a Clemente al menos 607 gramos de oro por tonelada. Lo que sí brota a borbotones en el proceso de separación es el mercurio, un metal pesado en forma líquida sumamente tóxico. El concesionario afirma que en todo el monte se encuentra el metal, en cuyo hecho no han reparado los promotores de la presa El Zapotillo.
“Donde quiera que agarres tierra aquí abajo sale el mercurio, cosa seria. La presa va a quedar en un charco de mercurio, eso se lo compruebo a cualquiera que diga que no”, reta.
El testimonio del lugareño aparentemente inconexo con el embalse resulta de gran trascendencia para la defensa de los poblados de Temacapulín, Acasico y Palmarejo. Clemente asegura que fácilmente podría detener la construcción de la presa con un amparo, toda vez que el nuevo centro de población Talicoyunque que se levanta en la cima del valle para reubicar a los habitantes se asienta en los terrenos sobre los cuales tiene el título de concesión minera. Sin embargo afirma que no meterá las manos por los pobladores, a menos que le brinden apoyo y testifiquen de las agresiones que ha sufrido a su persona.
“Yo sinceramente tengo mucha mina, cambio mi planta y asunto arreglado. Yo no tengo que meterme en tanto problema, todo lo que estoy pasando con mi familia por defender a un pueblo que nos está cobrando hasta la pasada por una máquina. El pueblo de Temaca es el que va a decidir si nosotros actuamos con un amparo”, advierte.
Clemente cree que la presa podría ser un mero pretexto para la explotación de minas. Mientras conversa con amigos que están en la sala de su casa sentados en un sofá, sale a flote el comentario que uno de los geólogos de la obra le hizo en alguna ocasión; le aseguró que durante la etapa de la construcción de túneles encontraron pepitas de oro.
“Temaca está asentado sobre pepitas de oro, lo cambias, hago la cortina, señores se va a llenar; a volar jóvenes, te sales y a tumbar el pueblo”, añade.
En Temacapulín poco se dice del acontecimiento en el que se vio involucrado Clemente, no hay denuncias penales, ni consignación de los hechos ante las autoridades correspondientes. Clemente dice que confiaba en que su socio Ramiro Fernández se encargaría de ello, ya que le decía que por haber trabajado en gobierno tenía los contactos suficientes.
Abigail Agredano, presidente del Comité Salvemos Temaca, comenta que se han ganado amparos interpuestos en contra del nuevo centro de población, pero las autoridades han violado sistemáticamente las resoluciones judiciales. Por las noches el pueblo se convierte en una gran caja de resonancia que atrapa los ruidos de los excavadores y roto martillos, el encendido de motores y reflectores que bien podrían iluminar un estadio de fútbol. La gente, se lamenta Agredano, no puede dormir y ha caído en una neurosis colectiva que ha afectado mayormente a los ancianos. Este año fallecieron Pachita García, Luis Torres, Guadalupe Gutiérrez, Antonio Gutiérrez, Encarnación García, María de Jesús Rosales y Félix Huerta.
“Yo estoy viendo a mi madre morir lentamente, eso no es justo”, añade.
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