23.3.09

UN HOMBRE, UN VOTO

Un hombre, un voto
Grupo Arbeit
Grupo Arbeit

Un hombre, un voto. He aquí la simple ecuación que expresa lo que pareció ser el impagable logro de la democracia. La ecuación, a nadie se le escapa, es de hecho mucho más compleja aunque no por ello informulable, y sin duda su enunciado reflejaría, en la sosa abstracción de su algoritmo, una realidad más cruel que la presentada en el preciso eslogan. "Un hombre, un voto", no es ecuación alguna sino simple y llanamente un eslogan publicitario, pura propaganda, mera estrategia de mercado, consigna que sabe vender un producto, en este caso la impagable mercancía de la burguesa democracia formal representativa. Pero toda consigna tiene un doble efecto: para venderte la burra te convierte en burrero. Como poco. Así, el precedente, en su ambigua formulación paralela que bien pudiera esconder una definición, proclama: un hombre es un voto. Pero sobre todo, gracias a su énfasis reiterativo, declara escondidamente su más inapelable mandato: un hombre es uno.
Henry Ford, mítico industrial de nuestra industriosa democracia, imaginó dotar a cada hombre de un vehículo automóvil - desde entonces fetiche arquetípico de la libertad individual -, e imaginando imaginó por esos despachos de Dios que ese mundo de automovilistas motorizados encapsulados en sus turismos utilitarios propios era sin duda la imagen que mejor simbolizaba la industriosa democracia que el industrial, junto a (y contra) otros andaba por entonces ayudando a construir. Un hombre, un coche.
El eslogan es el recurso estilístico por excelencia de nuestra era. Los aedos toman al dictado de las musas mortíferos dardos lingüísticos que, como antaño las épicas epopeyas en ritmados versos, aciertan en lo mas recóndito de las almas y dejan en ellas la marca indeleble del hierro de los señores que los patrocinan. Administradores del sentido, los publicistas, la voz de su amo, trazan las fronteras de un mundo cosificado, dando a cada mercancía las propiedades que, desde que comenzara nuestra era, serán inevitablemente las únicas relaciones entre las gentes. Nuestro mundo, ese inmenso arsenal de mercancías, es así mismo una nave industrial en venta, y sus habitantes, sin excepción, productos también de un mercado hechizados por las cantinelas de sirenas propagandistas. Cosificados, alienados, identificados, recorremos la infinita galería comercial vendiendo nuestras vidas a cambio de sutiles caretas que nos hagan tan deseables como una pastilla de jabón, por que tú lo vales. Los eslóganes son las consignas para los soldados de este imposible arsenal de guerra.
Nuestra era, sí. Aquella que vio nacer un monstruo proteico que dio en llamarse masa. Las masas. Nuestra era (tal vez la única era que en el mundo ha habido) ha sido un despliegue bélico de señores para apropiarse de las masas y de su imparable poder. Tiene como referente mítico dos conflictos de escala planetaria aunque su terreno de juego fue la vieja y cansada Europa. Un hombre, un voto llevó al poder a un hombrecillo ahora erigido en semidiós del mal, en verdad oscura deidad que aún rige nuestro destino. Nuestra era es una gran guerra planetaria sustentada por una mortífera consigna bélica: Un hombre, un soldado.
Un hombre, un voto, un coche, un soldado. He aquí la realidad de los tiempos que corren; Una guerra llamada paz, una absoluta victoria sobre las masas; una perfecta dominación de ese monstruo informe creado por una revolución industrial, revuelta de los señores contra sus siervos que desarticuló las inmemorables relaciones de las gentes para lanzarlos a una definitiva guerra entre sí, atomizándolos, individualizándolos, transfigurándolos en soldados mercenarios, la mercancía definitiva de su infinito arsenal.
Un hombre, un soldado; así nos va.

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